martes, 16 de marzo de 2010

Schaefer. Comentario de texto voluntario

Junto al texto para comentar mostrado ayer, se plantea un segundo texto, correspondiente a la última parte de su artículo Exceptionalism in Geography, para quien quiera, voluntariamente, realizar un comentario en el blog, que será valorado adecuadamente en la nota correspondiente a la parte de comentarios.

Se trata de un texto que complementa el anterior, y que muestra las líneas básicas de la geografía neopositivista, con muchas ideas muy interesantes para el debate.

EXCEPCIONALISMO EN GEOGRAFÍA.
UN ANÁLISIS METODOLÓGICO

IV

El impacto del excepcionalismo en la Geografía ha sido profundo. Esta es la razón de que haya sido necesario dedicar más tiempo a su refutación. La discusión metodológica es esencialmente dialéctica ya que de la crítica mutua entre diferentes puntos de vista se sigue la clarificación de ideas. A primera vista este sistema puede parecer estéril, pero en realidad no es así. Ahora volveremos sobre un grupo de temas más específicos. Está primero el tema de la oposición de la ciencia pura y la ciencia aplicada. En segundo lugar, se debe prestar atención a las dificultades que la geografía comparte con otras ciencias sociales. A continuación realizaremos algunos comentarios sobre los instrumentos específicamente geográficos. En cuarto lugar señalaremos que nuestra atención dominante a la estructura, al contrario que en otras ciencias sociales, tiene ciertos aspectos lógicos. Todo esto conduce al quinto punto, una reexaminación del concepto de región y, en conexión con esto, de las pretensiones del holismo. Sexto, la geografía comparativa y la tipología deben de ser reconocidas en lo que son. Séptimo, algunas pretensiones recientes de naturaleza más metafísica en relación con la libertad de la voluntad exigen que entendamos claramente la muy perturbadora idea del determinismo geográfico. Como conclusión, no estará de más que insistamos en la relación que existe entre la geografía y otras ciencias afines ya ahora o en un futuro previsible.

Al igual que otros, también nosotros hemos hablado ocasionalmente sobre la aplicación de las leyes y conceptos de la geografía sistemática al material regional. En cierta manera esto es bastante inofensivo. No obstante es falso, o al menos puede conducir a error, oponer la geografía sistemática a la regional ocmo una especie de ciencia pura y ciencia aplicada. La verdad es que no hay tal distinción metodológica entre ciencia pura y aplicada. Sólo hay ciencia y ciencia aplicada. Si existe alguna distinción ésta es práctica, una cuestión de interés o énfasis. Las leyes que los científicos “puros” buscan no son en absoluto diferentes de las que ellos mismos o sus colegas aplicados utilizan. Inversamente, algunas de las más importantes ideas teóricas han sido sugeridas por problemas técnicos. Insistiendo una vez más en un campo en el que todas estas cosas han sido ampliamente practicadas, diremos que la tecnología de la física no es una rama de la física comparable o coordinada con la termodinámica o la mecánica, por ejemplo. Ni tampoco es la misma noción de aplicación tan poco ambigua como se podría suponer. Tiene por lo menos dos sentidos. El geógrafo regional que explica algunas características de la región mediante el uso de leyes aplica éstas en un sentido. El planificador regional o conservador del suelo aplica las mismas leyes en un sentido diferente de aplicación. De hecho es un ingeniero social. El alto prestigio y el justificado interés que despierta la aplicación en el sentido de tecnología social es, para bien o para mal, una de las más sobresalientes características de nuestra civilización. Sin embargo, debemos estar en guardia contra el silogismo siguiente: la ciencia aplicada es el corazón de la ciencia; la geografía regional es ciencia aplicada, luego la geografía regional es el corazón de la geografía.
Con el fin de clarificar algunos aspectos lógicos, se ha usado repetidamente de la física, que es incuestionablemente la más desarrollada de las ciencias. Al hacer esto no se niega que existan diferencias importantes entre las diversas disciplinas. Pero tampoco en este sentido se encuentra la geografía en un espléndido aislamiento. En realidad, comparte la mayor parte de sus peculiaridades metodológicas con otras ciencias sociales. Aunque no es éste el lugar para un tratamiento exhaustivo del tema, no podemos dejar de citar algunas de estas características. La más seria dificultad que todas las ciencias sociales comparten es su limitada o falta total de experimentación. Desde luego, es igualmente verdad, y ha sido frecuentemente observado, que tampoco puede experimentarse en astronomía; y a pesar de ello la astronomía es la más antigua, la más precisa y la más fructífera de las ciencias naturales. Pero esto es más bien la excepción que confirma la regla. Ocurre que los procesos celestes son periódicos o casi periódicos y dependen de un muy limitado número de variables. En cuanto a otra dificultad, la cuantificación, que nos permite usar los ricos recursos de la inferencia matemática, no se consigue fácilmente en las disciplinas sociales. En este sentido la geografía y la economía están, al parecer, en una situación algo mejor que, por ejemplo, la ciencia política o la sociológica. En ausencia de una fácil experimentación y cuantificación, el cuerpo de leyes razonablemente aceptables no es tan impresionante en las disciplinas sociales como en física o, incluso, en biología. Es por desgracia demasiado cierto que los científicos sociales, y los geógrafos entre ellos, están todavía en la oscuridad en lo que respecta a las variables que son relevantes en una situación dada. Naturalmente, si conociéramos las variables no sería difícil conjeturar las leyes. Y si pudiéramos experimentar no necesitaríamos conjeturar. Como ha sido señalado ya anteriormente, las técnicas estadísticas demuestran ser un poderoso instrumento para resolver la situación. Al igual que los demás científicos sociales, los geógrafos han empezado a apreciar este instrumento. Hay, pues, muchas diferencias importantes entre las ciencias naturales y las ciencias sociales. Desde un punto de vista lógico se trata de diferencias de grado, no de naturaleza. La cuestión de si finalmente las ciencias sociales serán tan perfectas como las naturales es una cuestión práctica. Afirmar que no será posible alcanzar este estudio es una postura dogmática. Pero cualquier afirmación contraria es igualmente apriorística. Ante el examen ello se revela usualmente como un alegato tan romántico para tales ideas metafísicas como la libertad de la voluntad.
Hay un aspecto importante en el que la geografía difiere de las otras ciencias sociales. Estas últimas, al madurar, se concentran más y más en el descubrimiento de leyes de procesos, es decir, leyes que son en un aspecto importante como las leyes de la astronomía newtoniana. Dada la situación de un sistema en un cierto punto en el tiempo, las leyes de procesos permiten la predicción de los cambios que ocurrirán. La geografía es esencialmente morfológica. Las leyes estrictamente geográficas no contienen referencias al tiempo y al cambio. Con ello no pretendemos afirmar que las estructuras espaciales que exploramos no sean como cualquier estructura, el resultado de procesos. Pero el geógrafo, en su mayor parte, trata estas estructuras tal como las encuentra, es decir, ya elaboradas (en lo que se refiere a la geografía física, los procesos a largo término que producen estas estructuras caen dentro del campo de la geología). Consideremos a esta luz el continente hipotético de Koeppen. La expresión hipotético indica simplemente que Koeppen sólo considera, para el propósito de su generalización climática, unas pocas variables. Para estas establece una correlación espacial que constituye una ley morfológica. Sin duda, el llamar a estas correlaciones relativamente toscas tipos, en lugar de leyes, representa una laudable prueba de modestia. Pero sería un claro error pensar que estos tipos, en este preciso sentido de tipos, son diferentes a las leyes. Esta ausencia del factor tiempo dentro de la geografía física es la fuente de un fenómeno peculiar dentro de todas las ramas de la geografía humana. El “proceso social” es, como la misma expresión indica, un proceso en el sentido lógico y este proceso interacciona con los factores geográficos. Aceptemos en aras del razonamiento, que dos regiones son iguales en todos sus aspectos físicos fundamentales. Pueden diferir, y generalmente ocurre, respecto a alguna o a todas las variables que interesan al geógrafo económico o social. La razón para ello es que las poblaciones de las dos regiones pasaron por procesos diferentes. Los tipos de poblamiento, por ejemplo, pueden variar de acuerdo con el estado de la tecnología en el momento de la ocupación. En realidad, no estamos en este caso frente a un fallo de la geografía como ciencia social, ni, como alguno podría pretender, con una quiebra de la causalidad. Lo que ocurre, más bien, es que no hemos descubierto el punto exacto en el que los geógrafos deben cooperar con todos los otros científicos sociales, si es que unos y otros intentan conseguir explicaciones cada vez más comprensivas. La cuestión de si el geógrafo debe insistir en la investigación estrictamente morfológica que puede realizar por sí mismo, o si debe cooperar con otros científicos sociales no es un asunto teórico, sino un problema práctico del que volvemos a tratar al final de este trabajo.
Técnicamente, el carácter morfológico de la geográfico encuentra su expresión en su propio instrumental específico: mapas y correlación cartográfica. La representación gráfica ha sido llamada la taquigrafía de la geografía. A pesar de ser en buena parte acertada, esta inteligente comparación deja de hacer justicia a nuestra técnica en, por lo menos, cuatro aspectos. En primer lugar, un mapa no es sólo una descripción taquigráfica, sino en un sentido bastante literal una imagen, exactamente igual a como un plano es una imagen de una máquina. Por ejemplo, un mapa que conserva las distancias es, en este sentido, una imagen literal de la región representada. Es, como dicen los lógicos y los matemáticos, un isomorfo de ella. Las técnicas del análisis geográfico están basadas en buena parte en tales isomorfismos. En segundo lugar, las imágenes que nosotros construimos por medio de los diferentes signos cartográficos son deliberadamente selectivas en dos aspectos: cartografiamos sólo aquellas características en las que estamos interesados en aquel momento y despreciamos todas las diferencias entre las entidades que representamos por los mismos símbolos. No parece preciso insistir en lo útil que resulta poseer un vehículo tan conveniente y autorregulador para el proceso de abstracción. En tercer lugar, puesto que los mapas constituyen isomorfos espaciales, reflejan directamente no sólo las diversas características que tratamos de correlacionar, sino también las mismas correlaciones. En otras palabras, realizan la misma función, o casi la misma, que los diagramas y otras representaciones de conexiones funcionales. Una buena parte de lo que otros científicos sociales consiguen de esta forma lo consiguen los geógrafos mediante la técnica de la correlación cartográfica. Mediante el simple recurso de superponer mapas con isopletas pueden descubrirse de un vistazo correspondencias tales como las existentes entre lluvia y producciones agrícolas, por lo menos en una forma preliminar y cualitativa. Es más que una técnica diferente en el sentido del término. Se trata de un instrumento especial de generalización y análisis que no es usado por ninguna otra ciencia tanto como por la geografía.
La correlación cartográfica nos conduce a dos problemas íntimamente relacionados, la llamada geografía comparativa y la tipología. El término geografía comparativa es de antigua raigambre. Humboldt lo utilizó ocasionalmente; Ritter y Hettner le tenían bastante afecto. Ambos gustaban de “comparar” fenómenos geográficos amplios y complejos, continentes enteros o vastas regiones que a pesar de su complejidad presentaban algunas similitudes. Lo que debemos decir ahora es que no existen tal clase de métodos comparativos, ni en geografía ni en otras ciencias. Dicho de otra manera, el enfoque comparativo no es una tercera tendencia, además del enfoque descriptivo y el sistemático. Mucho de lo que se cubre bajo el nombre de geografía comparativa es realmente geografía sistemática aunque con bastante frecuencia, de un tipo más bien rudimentario. Otros trabajos que se denominan comparativos son, más o menos, ingenuas descripciones regionales. Tampoco es accidental el hecho de que los más interesantes intentos de esta clase se refieran a amplias áreas. Si varias de estas áreas diferenciadas en muchos aspectos, como ocurre naturalmente en las áreas amplias, presentan también algunas similitudes como indicadoras de ciertos patrones básicos. Pero entonces, ya hemos visto anteriormente que hablar de estos patrones básicos fundamentales no es más que una forma indirecta de referirse a leyes sistemáticas. Además mientras las comparaciones a gran escala pueden permitir válidas sugestiones acerca de las leyes fundamentales subyacentes, tales intuiciones deben todavía superar la prueba de la comprobación independiente en otras áreas de distinto tipo y dimensión. Hablando lógicamente, la geografía comparativa aparece así a medio camino entre la investigación sistemática y la descripción regional.
Lo mismo ocurre con la tipología. Los geógrafos ingleses y alemanes han tratado de establecer, con bastante éxito, tipos de áreas de paisaje (landschaft belts). Las regiones climáticas, las regiones naturales, los belts trigueros, las regiones de la minería del carbón son ejemplos de ello. De nuevo es probable que las comparaciones entre los diversos especímenes de tales tipos sugiera algunas deducciones. Los excepcionalistas hablarán de la intuitiva aprehensión de tipos, igual como los psicólogos anticientíficos hablarían de la comprensión intuitiva de los tipos de personalidad. Los defensores del método científico reconocerán estas deducciones como lo que son, adivinaciones cultas de las leyes sistemáticas. No se trata aquí de desacreditar esta fase anticipatoria. Después de todo la ciencia es también una adivinación culta. Pero no existe tampoco ninguna mística particular acerca de la noción de tipo. Un tipo no es más que una clase. Una inteligente clasificación o bien anticipa o bien está basada en alguna especie de leyes. Si, como resultado, el mismo material sugiere alguna especie de clasificación por mera inspección, puede esperarse que se esté en la pista de algún tipo de leyes.
Una vez que la noción de tipo ha sido clarificada al reconocerse que no es ni más ni menos que una fructífera clasificación, se está a un paso de conseguir la clave de uno de los conceptos más fundamentales de geografía, el concepto de región. Una región se define convencionalmente como un área homogénea respecto a una o dos clases de fenómenos. Como ha señalado Palander , uno de los más agudos críticos e la geografía económica, la noción de región en sí misma no explica nada.
En particular, no es ningún sustituto para la noción de ley morfológica o de cualquier otro tipo. De hecho está incluida en esta noción. Una ley morfológica no es, en muchos casos, más que una afirmación de las relaciones espaciales de acuerdo con unas leyes dentro de una región o entre regiones definidas mediante diferentes criterios. Desde un punto de vista puramente metodológico esto es realmente todo lo que se necesita decir sobre la noción de región. Esto no quiere decir que subestimemos el papel que ésta desempeña en la geografía. La importancia de un concepto científico se mide por su fecundidad en la aplicación, no por lo que se pueda decir sobre él desde un punto de vista lógico.
Las regiones y otras entidades geográficas han sido consideradas por muchos geógrafos como un todo en el sentido que lo hace la doctrina del holismo o gestaltismo. Un todo, en esta peculiar doctrina, es más que la suma de sus partes; es también único en el sentido de que sus diversas propiedades no pueden ser explicadas aplicando los métodos científicos normales a sus partes combinadas y a las relaciones que se obtienen entre ellas. Hartshorne, argumentando contra tales holistas, se opone acertadamente al uso de esta doctrina en la definición del área geográfica y de región . Pero tras este rechazo encuentra necesario reintroducir la doctrina en la geografía cuando, posteriormente, define las regiones culturales y, a manera de ejemplo, las unidades agrarias como un “todo primario” (primary wholes) cuyas partes sólo pueden ser entendidas en términos del todo . Esto es, desde luego, diferente del “método simplemente analítico de Hettner” que dice Passarge, según la cita de Hartshorne. Pero el análisis lógico completo del holismo es una asunto complejo y no puede ser abordado aquí en detalle . Lo que se desprende de todo ello es esto. Siempre que una parte insiste en que posee un todo, la otra parte afirma que no conocemos bastante para explicar su comportamiento por los métodos científicos normales. En muchos casos importantes tales explicaciones han sido propuestas más tarde. Puede por ello dudarse de si realmente existe en algún punto de la naturaleza un todo en el sentido holista. Dentro de nuestro campo, la anterior discusión sobre la geografía del puerto de Nueva York constituye un ejemplo a propósito. Hartshorne, que lo considera único, tendría que considerarlo también de forma consistente, un todo cuyas partes, como las de una unidad agraria, sólo pueden ser entendidas desde el todo. Nosotros, por el contrario, desde nuestro punto de vista nos preguntamos si alguna entidad geográfica, región o no, es un todo en este sentido metodológico.
Quien rechace el método científico, en cualquier campo, rechaza en principio la posibilidad de predicción. En otras palabras, rechaza lo que se conoce también como determinismo científico. La razón intelectual que subyace a esta actitud es en la mayoría de los casos alguna versión de la doctrina metafísica del libre albedrío. Esto puede parecer un bizantinismo en un campo como la geografía. Un vistazo a algunas recientes publicaciones bastaría para calmar tales dudas. En general las múltiples interrelaciones entre los diversos holismos, la doctrina de lo único, y la filosofía del libre albedrío dependen de cómo ha sido expuesta la teoría. Si el determinismo se toma para significar que en toda la naturaleza existen leyes, que no permiten ninguna “excepción”, entonces éste es el fundamento de todas las ciencias. Y si el libre albedrío significa que las decisiones humanas no están determinadas por sus antecedentes (fisiológicos y/o sociopsicológicos) entonces la voluntad no es libre. De cualquier modo, la mayor parte de los científicos actúan de acuerdo con esta asunción y dejan muy gustosamente el debate a los metafísicos. Sin embargo, la expresión determinismo posee todavía otro significado. Por ejemplo, aquellos que censuran a Marx, por su “determinismo económico” no rechazan necesariamente la idea de la existencia de leyes universales. Lo que rechazan es, más bien, la doctrina de que si se conociera todo sobre las condiciones económicas y tecnológicas de la sociedad, se podría dentro de estos términos predecir su “superestructura” y su evolución futura. El determinismo científico así entendido debe distinguirse, pues, cuidadosamente de los diversos determinismos con un adjetivo, como por ejemplo el determinismo económico.
Estos últimos determinismos son teorías científicas, que deben ser aceptadas o rechazadas de acuerdo con la evidencia empírica. La geografía ha sido hechizada por su propio determinismo. El determinismo geográfico (llamado también en inglés enviromentalism) atribuye a las variables geográficas el mismo papel en l proceso social que el marxismo atribuye a las variables económicas. No existe ninguna buena razón para pensar que alguno de estos dos específicos determinismos no sean más que una grosera exageración de una reconocida concepción profunda. Es perfectamente válido investigar la influencia que el medio físico ejerce ya positivamente, ya en sentido limitante, sobre el proceso social. La mayor parte de los geógrafos esperarían encontrar algún tipo de conexiones de acuerdo con leyes en este aspecto; no por esto se convierten en deterministas geográficos. Ratzel fue el primero que pensó de manera original e imaginativa en esta dirección. Lo mismo que ocurrió con Marx, puede decirse de él que no era tan exagerado como sus discípulos posteriores. En Estados Unidos, Sample fue discípula de Ratzel. En los escritos de Ellesworth Huntington el determinismo geográfico alcanza su ápice. En Francia Demolins insistía en que si la historia de Francia tuviera que ocurrir de nuevo otra vez, su desarrollo habría seguido el mismo curso de acuerdo con el medio geográfico. Las reacciones contemporáneas contra estas exageraciones fueron comprensiblemente muy fuertes. Pero una cosa es atacar estas ideas desde el punto de vista de la ciencia y otra muy distinta es atacar el determinismo geográfico para atacar la ciencia y su idea subyacente de la existencia de leyes universales.
No podemos en tanto que geógrafos elucubrar sobre el futuro de la ciencia. Pero podemos plantearnos lo que puede deducirse razonablemente sobre el futuro de la geografía como disciplina, una unidad organizada dentro de la intrincada división del trabajo intelectual. Ello no es estrictamente una cuestión metodológica y depende de muchos factores externos. A pesar de todo, su núcleo teórico no está totalmente desligado de la metodología. Por ello debemos aventurarnos a hacer algunas observaciones como conclusión. La ciencia, para repetirlo una vez más, trata de encontrar leyes. ¿Cuáles son entonces, podemos preguntarnos, las peculiaridades de las leyes que buscamos y qué es lo que haría aconsejable que se mantuvieran juntas en una disciplina? Desde este punto de vista las leyes de la geografía se dividen, nos parece, en tres categorías. Típicas de la primera son la mayor parte de las leyes de la geografía física. Se trata de leyes que no son estrictamente geográficas. La mayoría de ellas son formulaciones especializadas de leyes establecidas independientemente en las ciencias físicas. El geógrafo toma estas leyes tal como las encuentra, las aplica sistemáticamente a las diversas condiciones que prevalecen en la superficie de la tierra, y las analiza prestando particular atención a las variables espaciales que contienen. El climatólogo usa así mucho de la física (meteorología) y el geógrafo agrario aplica la biología (agronomía).
Típicas de la segunda categoría son muchas leyes de la geografía económica, como por ejemplo la actualmente floreciente teoría de la localización a la que puede aplicarse correctamente el nombre de teoría pues ha alcanzado este estado en el sentido estricto de que forma un grupo coherente de generalizaciones conectadas deductivamente. Como se sabe, esta teoría investiga las relaciones espaciales existentes en una región entre los lugares en los que se encuentran los diversos factores económicos (materias primas, unidades productivas, medios de comunicación, consumidores, etc.). En tanto que leyes morfológicas, son también genuinamente geográficas. En realidad, las obras pioneras en este campo han sido realizadas por economistas, con la excepción de Christaller que es un geógrafo . Pero con el refinamiento de la teoría la habilidad del geógrafo tendrá cada vez más importancia. Porque el geógrafo es más experto que otros en el tratamiento de los factores espaciales y conoce por su rico caudal de experiencias con cuáles otros interaccionan típicamente. En tanto que estas leyes no son morfológicas, pertenecen a la tercera categoría.
Se trata de un punto esencial. Ya nos referimos a él anteriormente, cuando utilizamos el ejemplo de las regiones similares, que presentan diferentes patrones de poblamiento a causa de los diferentes procesos sufridos por su población. Nos detendremos en el caso más general. Las ciencias sociales maduras buscan leyes de procesos. Conociendo tales leyes, si conocen los factores físicos y las características de la población que ocupa una región en un momento dado, se puede predecir idealmente el curso entero de la historia en dicha región, con tal de que se conozcan también las influencias que penetran desde el exterior. Tales leyes son, naturalmente, leyes no geográficas, y no pertenecen tampoco por entero a ninguna de las otras divisiones hoy normales, tales como antropología o economía. Las variables que pueden esperarse que entren en ellas se extienden a todo el entero campo de la ciencia social. Las variables espaciales están, esencial e inevitablemente, entre ellas, pero no son más autosuficientes que las de la economía o la sociología tradicional. Nuestra tarea consiste en hacer explícito el papel que estas variables geográficas desempeñan en el proceso social. En otras palabras, debemos tratar de explotar qué aspectos serían diferentes en el futuro si, permaneciendo igual todas las otras variables, fueran diferentes de lo que son realmente las ordenaciones espaciales. El insistir en ello no es, como pudimos ver, determinismo geográfico. El auténtico peligro es aquí el aislacionismo geográfico. Pues ya hemos visto igualmente que la búsqueda de estas leyes sólo puede realizarse en cooperación con las otras ciencias sociales.
¿Qué podemos deducir de todo esto para el futuro de la geografía? Me parece que en tanto que los geógrafos cultiven los aspectos sistemáticos las perspectivas de la geografía como una disciplina propia son buenas. Las leyes de las tres categorías que hemos distinguido son, sin ninguna duda, interesantes e importantes a la vez y todas contienen factores espaciales en una tal extensión que exigen una habilidad especial y hace que valga la pena dedicarse al cultivo profesional de esta habilidad. Los geógrafos somos estos profesionales. No soy ya tan optimista en el caso en que la geografía rechazara la búsqueda de leyes, exaltara sus aspectos regionales, y se limitara así cada vez más a la mera descripción. En esa eventualidad, el geógrafo sistemático tendría que inclinarse más decididamente –e incluso pasarse si fuera preciso- a las ciencias sistemáticas.

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