martes, 30 de marzo de 2010

Estrategias para mejorar las presentaciones

Para complementar con otra visión la idea de que las presentaciones de los trabajos deben buscar ser lo más atractivas y eficaces posibles, os muestro una realizada por David Jakes (http://www.jakesonline.org ) acerca de las estrategias que pueden seguirse. Está en inglés, pero es muy sencilla de entender.



Al margen de esta presentación, os recuerdo, si os gusta este tema, que podéis consultar un blog muy interesante, que ya señalamos a principio de curso: El Arte de Presentar. Por cierto, uno de sus autores, Eduardo S. de la Fuente, realizó un pequeño comentario en nuestro blog, y os invitó a consultar otras presentaciones.

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lunes, 29 de marzo de 2010

Comentario de texto: Berry

BRIAN J. L. BERRY
Geografía de los centros de mercado y distribución al por menor

VARIACIONES SISTEMÁTICAS DE LA JERARQUÍA
Hemos visto hasta aquí que los comercios minoristas y empresas de servicios se agrupan en diversas categorías u órdenes en razón del tamaño de las áreas comerciales que se requiere para que las operaciones sean rentables, que los centros de mercado forman varios niveles según sea el alcance económico derivado de su centralidad, y que los órdenes y niveles se entrelazan en un sistema espacial (la jerarquía de los lugares centrales). Con ello sólo hemos comenzado a esbozar el cuadro de la geografía del comercio al por menor y de las empresas de servicios. Aún es preciso subrayar muchos rasgos característicos del sistema; por ejemplo, las variaciones que experimenta en las distintas regiones de los Estados Unidos, y el modo en que su forma se modifica con el aumento de densidad de población en las ciudades.


Variaciones de las áreas de mercado
Para cualquiera de las áreas de mercado representadas en los mapas anteriores, podemos calcular el área total abastecida y la población total residente en ella. Si los números obtenidos son representados en un gráfico mediante puntos, y se hace constar para cada punto si corresponde a un pueblo, una villa, una ciudad pequeña o una capital regional, obtendremos el diagrama de dispersión de la figura 2.1.
Puesto que el gráfico tiene una escala logarítmica en ambos ejes, las líneas rectas trazadas hacia arriba y hacia la derecha en un ángulo de 45° determinarán iguales densidades de población (véase la figura 2.8, en la que se incluye la escala de densidades).
Lo primero que se observa en la figura 2.1 es que el conjunto de puntos sigue una línea ascendente, que determina el nivel medio de densidad en el sudoeste de Iowa. Sin embargo, los centros de cada uno de los niveles ocupan partes distintas del enjambre, en líneas de puntos de una inclinación superior a los 45°. Las áreas comerciales mayores de densidad inferior están en la parte superior de cada línea, y las áreas menores de densidad superior están en la parte baja. Esta distribución se debe a que la densidad de la población rural disminuye a medida que se aleja de los centros urbanos, y, por lo tanto, cuanto mayor es el área comercial, menor es la densidad de población, ceteris paribus. Adviértase que cada línea tiene un límite superior para el tamaño del área comercial, determinando de un modo objetivo el máximo alcance económico de un centro de ese nivel.


La figura 2.2 añade otra perspectiva. Se repite la dispersión de puntos de la figura 2.1, pero se señalan las áreas de mercado de las funciones de orden inferior (como las tiendas de comestibles) de los pueblos, villas y ciudades; las actividades de orden inmediatamente superior (como las tintorerías), desarrolladas por las villas, las ciudades y la capital regional; y las actividades de la categoría máxima (como la venta de las prendas de vestir), que solamente se realizan en las capitales de condado y en la capital regional. Se subraya una vez más la gradación contenida en el cuadro 1.1, y se indican los umbrales de los distintos órdenes de actividades. Puede verse también que las áreas de mercado de los centros de orden superior son mayores que las de los centros de orden inferior para una misma categoría de bienes.

Esto mismo puede observarse también en la figura 2.3, que hace referencia a los desplazamientos de los agricultores para comprar alimentos y vestidos. Vemos que la distancia máxima que los agricultores están dispuestos a recorrer depende del nivel de la jerarquía, que se determina según el número de "funciones centrales" que poseen (o sea, según el número de "tipos" distintos de empresas comerciales y de servicios). Para cada consumidor entrevistado se dibuja un punto que señala el tamaño del centro visitado y la distancia recorrida.

El desplazamiento total de los consumidores en los viajes hacia y desde los centros urbanos varía de un modo parecido. Disponemos de los datos referentes al punto de origen y de destino de los automóviles que viajaban en el área de estudio en un día normal de verano de 1960, y sabemos también el número de kilómetros recorridos en estos desplazamientos. Estos datos están resumidos en las figuras 2.4 y 2.5.

Atlantic fue el punto de destino de 1912 viajes y el punto de partida de 1994. El número total de kilómetros recorridos por los vehículos en dichos viajes fue de 75 500 y 71 800 respectivamente, o sea, casi 145 000. En cuanto a la villa de Villisca, las cifras fueron: entradas, 433; salidas, 422; kilómetros recorridos en los viajes de entrada, 14 500; kilómetros recorridos en los viajes de salida, 13 670. Para los pueblos, el promedio de viajes de entrada y salida es de unos 200, con una cifra probable de 4000 kilómetros de recorrido total en cada uno de los sentidos. En ambas figuras obsérvese: 1) la forma aproximada de línea recta que tienen las relaciones entre el número de viajes y las funciones centrales, y 2) las agrupaciones de puntos relativas a los niveles de la jerarquía. Más adelante, utilizaremos la observación contenida en la figura 2.4, en el sentido de que los niveles de la jerarquía se corresponden aproximadamente con 24, 48 y 96 funciones, es decir, 24 x 20, 24 x 21 y 24 x 22.

Podemos ahora ensanchar el ámbito de estudio, incluyendo las dos áreas de Dakota del Sur (figs. 2.6 y 2.7) y la ciudad central y área suburbana de Chicago.

Mediante encuestas realizadas sobre el terreno se obtuvieron las áreas comerciales de cada una de estas zonas, y, junto con el modelo que ya teníamos para la región de Iowa, se reunieron todos los datos en la figura 2.8.

Obsérvese cómo el tamaño del área comercial aumenta de un modo sistemático a medida que decrece la densidad de población. Las únicas irregularidades se producen en la parte suroccidental de Dakota del Sur, que comprende no sólo pastizales, sino también zonas mineras y de recreo en los Black Hills, con elevada densidad.

Si incluimos en el mismo gráfico los niveles de la jerarquía (fig. 2.9), salen a la luz otros importantes aspectos. En primer lugar, los distintos niveles de la jerarquía de centros urbanos en cada una de las áreas rurales y los niveles de una jerarquía similar de centros comerciales dentro de cada ciudad se corresponden de un modo tan estrecho, que pueden unirse mediante líneas rectas los límites superiores dé los puntos pertenecientes a niveles similares bajo diferentes condiciones de densidad de población. Paralela a la clasificación de los centros urbanos de las áreas rurales en pueblos, villas y ciudades, existe una clasificación de los núcleos comerciales dentro de una ciudad en: grupos de tiendas que venden productos de uso frecuente y que se hallan "a la vuelta de la esquina" (convenience shops), centros comerciales vecinales o de barrio (neighborhood centers), centros comerciales locales (community centers) y centros comerciales regionales.
Si el único efecto de un descenso en la densidad de población fuese el de "estirar" de un modo uniforme la jerarquía de centros urbanos (es decir, si se pudiera dibujar sobre una lámina de goma elástica el esquema comercial de una ciudad, de tal modo que con sólo estirarlo se convirtiera en el esquema del estado de Iowa), entonces la figura 2.9 perdería gran parte de su interés. Las líneas divisorias que separan centros de distintos niveles serían líneas verticales, manteniéndose constante la población de las áreas comerciales y variando solamente la superficie de las mismas, cuyo número de kilómetros cuadrados aumentaría o disminuiría de un modo proporcional a los cambios de densidad. Pero no ocurre así; las líneas que separan los niveles de centros tienen siempre una inclinación hacia atrás, hacia la izquierda, lo que significa que el tamaño de las áreas comerciales aumenta a medida que disminuye la densidad; pero ese aumento de superficie es más lento que la caída de la densidad, por lo que la cantidad total de población servida disminuye. Paralelamente, las funciones que exigen los mayores requisitos de umbral dentro de cualquiera de los niveles de la jerarquía se desplazan hacia los centros del nivel inmediatamente superior. Como resultado de ello, la población de los lugares centrales disminuye, porque ha descendido la base económica de los centros de mercado.

En la figura 2.10 puede verse cómo, en cada uno de los niveles, a medida que baja la densidad, la población de los centros disminuye siguiendo la escala numérica señalada a lo largo de las líneas que marcan los límites superiores de los niveles. Así, las villas van reduciendo su población desde 1600 a 400 habitantes. Comparando las funciones de los centros en Iowa y en Dakota del Sur, vemos que las villas de este último estado, a medida que va bajando la densidad de población, van perdiendo la posibilidad de realizar las siguientes actividades comerciales: venta de muebles, tiendas de electrodomésticos, comercios de artículos diversos, agentes de seguros y de la Propiedad Inmobiliaria, empresas de mudanzas y de transporte, funerarias, médicos y dentistas. Del mismo modo, actividades tales como las funciones más elementales de la administración local, la venta de aperos de labranza, peluquerías y salones de belleza, dejan de existir en los pueblos para establecer su sede en las villas.
Este desplazamiento ascendente de las funciones, dirigiéndose hacia los centros superiores de la jerarquía a medida que la densidad disminuye, tiene una explicación. Para mantener un conjunto dado de actividades, las áreas de mercado deben aumentar su extensión en proporción directa al descenso en la densidad de población; la distancia máxima que los consumidores están dispuestos a recorrer para ir al centro debe incrementarse en una proporción parecida a la del decrecimiento de la densidad. Evidentemente, los consumidores están dispuestos a desplazarse más lejos en las zonas menos densas, porque el movimiento es por lo general más fácil cuando hay menos gente y la congestión es menor; por lo tanto, se da realmente un incremento del alcance económico del centro. No obstante, el cambio es menos que proporcional, por lo que las funciones desarrolladas por los centros han de reajustarse en consonancia con el menor número de consumidores que pueden ser atraídos dentro de las áreas comerciales, cuyo radio se ha incrementado. De un modo similar, cuando las densidades son muy elevadas, la congestión no limitará completamente los movimientos del consumidor, por lo que los centros comerciales de cualquier nivel dentro de las ciudades atraen más consumidores y son funcionalmente más complejos que sus equivalentes rurales.


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martes, 16 de marzo de 2010

Schaefer. Comentario de texto voluntario

Junto al texto para comentar mostrado ayer, se plantea un segundo texto, correspondiente a la última parte de su artículo Exceptionalism in Geography, para quien quiera, voluntariamente, realizar un comentario en el blog, que será valorado adecuadamente en la nota correspondiente a la parte de comentarios.

Se trata de un texto que complementa el anterior, y que muestra las líneas básicas de la geografía neopositivista, con muchas ideas muy interesantes para el debate.

EXCEPCIONALISMO EN GEOGRAFÍA.
UN ANÁLISIS METODOLÓGICO

IV

El impacto del excepcionalismo en la Geografía ha sido profundo. Esta es la razón de que haya sido necesario dedicar más tiempo a su refutación. La discusión metodológica es esencialmente dialéctica ya que de la crítica mutua entre diferentes puntos de vista se sigue la clarificación de ideas. A primera vista este sistema puede parecer estéril, pero en realidad no es así. Ahora volveremos sobre un grupo de temas más específicos. Está primero el tema de la oposición de la ciencia pura y la ciencia aplicada. En segundo lugar, se debe prestar atención a las dificultades que la geografía comparte con otras ciencias sociales. A continuación realizaremos algunos comentarios sobre los instrumentos específicamente geográficos. En cuarto lugar señalaremos que nuestra atención dominante a la estructura, al contrario que en otras ciencias sociales, tiene ciertos aspectos lógicos. Todo esto conduce al quinto punto, una reexaminación del concepto de región y, en conexión con esto, de las pretensiones del holismo. Sexto, la geografía comparativa y la tipología deben de ser reconocidas en lo que son. Séptimo, algunas pretensiones recientes de naturaleza más metafísica en relación con la libertad de la voluntad exigen que entendamos claramente la muy perturbadora idea del determinismo geográfico. Como conclusión, no estará de más que insistamos en la relación que existe entre la geografía y otras ciencias afines ya ahora o en un futuro previsible.

Al igual que otros, también nosotros hemos hablado ocasionalmente sobre la aplicación de las leyes y conceptos de la geografía sistemática al material regional. En cierta manera esto es bastante inofensivo. No obstante es falso, o al menos puede conducir a error, oponer la geografía sistemática a la regional ocmo una especie de ciencia pura y ciencia aplicada. La verdad es que no hay tal distinción metodológica entre ciencia pura y aplicada. Sólo hay ciencia y ciencia aplicada. Si existe alguna distinción ésta es práctica, una cuestión de interés o énfasis. Las leyes que los científicos “puros” buscan no son en absoluto diferentes de las que ellos mismos o sus colegas aplicados utilizan. Inversamente, algunas de las más importantes ideas teóricas han sido sugeridas por problemas técnicos. Insistiendo una vez más en un campo en el que todas estas cosas han sido ampliamente practicadas, diremos que la tecnología de la física no es una rama de la física comparable o coordinada con la termodinámica o la mecánica, por ejemplo. Ni tampoco es la misma noción de aplicación tan poco ambigua como se podría suponer. Tiene por lo menos dos sentidos. El geógrafo regional que explica algunas características de la región mediante el uso de leyes aplica éstas en un sentido. El planificador regional o conservador del suelo aplica las mismas leyes en un sentido diferente de aplicación. De hecho es un ingeniero social. El alto prestigio y el justificado interés que despierta la aplicación en el sentido de tecnología social es, para bien o para mal, una de las más sobresalientes características de nuestra civilización. Sin embargo, debemos estar en guardia contra el silogismo siguiente: la ciencia aplicada es el corazón de la ciencia; la geografía regional es ciencia aplicada, luego la geografía regional es el corazón de la geografía.
Con el fin de clarificar algunos aspectos lógicos, se ha usado repetidamente de la física, que es incuestionablemente la más desarrollada de las ciencias. Al hacer esto no se niega que existan diferencias importantes entre las diversas disciplinas. Pero tampoco en este sentido se encuentra la geografía en un espléndido aislamiento. En realidad, comparte la mayor parte de sus peculiaridades metodológicas con otras ciencias sociales. Aunque no es éste el lugar para un tratamiento exhaustivo del tema, no podemos dejar de citar algunas de estas características. La más seria dificultad que todas las ciencias sociales comparten es su limitada o falta total de experimentación. Desde luego, es igualmente verdad, y ha sido frecuentemente observado, que tampoco puede experimentarse en astronomía; y a pesar de ello la astronomía es la más antigua, la más precisa y la más fructífera de las ciencias naturales. Pero esto es más bien la excepción que confirma la regla. Ocurre que los procesos celestes son periódicos o casi periódicos y dependen de un muy limitado número de variables. En cuanto a otra dificultad, la cuantificación, que nos permite usar los ricos recursos de la inferencia matemática, no se consigue fácilmente en las disciplinas sociales. En este sentido la geografía y la economía están, al parecer, en una situación algo mejor que, por ejemplo, la ciencia política o la sociológica. En ausencia de una fácil experimentación y cuantificación, el cuerpo de leyes razonablemente aceptables no es tan impresionante en las disciplinas sociales como en física o, incluso, en biología. Es por desgracia demasiado cierto que los científicos sociales, y los geógrafos entre ellos, están todavía en la oscuridad en lo que respecta a las variables que son relevantes en una situación dada. Naturalmente, si conociéramos las variables no sería difícil conjeturar las leyes. Y si pudiéramos experimentar no necesitaríamos conjeturar. Como ha sido señalado ya anteriormente, las técnicas estadísticas demuestran ser un poderoso instrumento para resolver la situación. Al igual que los demás científicos sociales, los geógrafos han empezado a apreciar este instrumento. Hay, pues, muchas diferencias importantes entre las ciencias naturales y las ciencias sociales. Desde un punto de vista lógico se trata de diferencias de grado, no de naturaleza. La cuestión de si finalmente las ciencias sociales serán tan perfectas como las naturales es una cuestión práctica. Afirmar que no será posible alcanzar este estudio es una postura dogmática. Pero cualquier afirmación contraria es igualmente apriorística. Ante el examen ello se revela usualmente como un alegato tan romántico para tales ideas metafísicas como la libertad de la voluntad.
Hay un aspecto importante en el que la geografía difiere de las otras ciencias sociales. Estas últimas, al madurar, se concentran más y más en el descubrimiento de leyes de procesos, es decir, leyes que son en un aspecto importante como las leyes de la astronomía newtoniana. Dada la situación de un sistema en un cierto punto en el tiempo, las leyes de procesos permiten la predicción de los cambios que ocurrirán. La geografía es esencialmente morfológica. Las leyes estrictamente geográficas no contienen referencias al tiempo y al cambio. Con ello no pretendemos afirmar que las estructuras espaciales que exploramos no sean como cualquier estructura, el resultado de procesos. Pero el geógrafo, en su mayor parte, trata estas estructuras tal como las encuentra, es decir, ya elaboradas (en lo que se refiere a la geografía física, los procesos a largo término que producen estas estructuras caen dentro del campo de la geología). Consideremos a esta luz el continente hipotético de Koeppen. La expresión hipotético indica simplemente que Koeppen sólo considera, para el propósito de su generalización climática, unas pocas variables. Para estas establece una correlación espacial que constituye una ley morfológica. Sin duda, el llamar a estas correlaciones relativamente toscas tipos, en lugar de leyes, representa una laudable prueba de modestia. Pero sería un claro error pensar que estos tipos, en este preciso sentido de tipos, son diferentes a las leyes. Esta ausencia del factor tiempo dentro de la geografía física es la fuente de un fenómeno peculiar dentro de todas las ramas de la geografía humana. El “proceso social” es, como la misma expresión indica, un proceso en el sentido lógico y este proceso interacciona con los factores geográficos. Aceptemos en aras del razonamiento, que dos regiones son iguales en todos sus aspectos físicos fundamentales. Pueden diferir, y generalmente ocurre, respecto a alguna o a todas las variables que interesan al geógrafo económico o social. La razón para ello es que las poblaciones de las dos regiones pasaron por procesos diferentes. Los tipos de poblamiento, por ejemplo, pueden variar de acuerdo con el estado de la tecnología en el momento de la ocupación. En realidad, no estamos en este caso frente a un fallo de la geografía como ciencia social, ni, como alguno podría pretender, con una quiebra de la causalidad. Lo que ocurre, más bien, es que no hemos descubierto el punto exacto en el que los geógrafos deben cooperar con todos los otros científicos sociales, si es que unos y otros intentan conseguir explicaciones cada vez más comprensivas. La cuestión de si el geógrafo debe insistir en la investigación estrictamente morfológica que puede realizar por sí mismo, o si debe cooperar con otros científicos sociales no es un asunto teórico, sino un problema práctico del que volvemos a tratar al final de este trabajo.
Técnicamente, el carácter morfológico de la geográfico encuentra su expresión en su propio instrumental específico: mapas y correlación cartográfica. La representación gráfica ha sido llamada la taquigrafía de la geografía. A pesar de ser en buena parte acertada, esta inteligente comparación deja de hacer justicia a nuestra técnica en, por lo menos, cuatro aspectos. En primer lugar, un mapa no es sólo una descripción taquigráfica, sino en un sentido bastante literal una imagen, exactamente igual a como un plano es una imagen de una máquina. Por ejemplo, un mapa que conserva las distancias es, en este sentido, una imagen literal de la región representada. Es, como dicen los lógicos y los matemáticos, un isomorfo de ella. Las técnicas del análisis geográfico están basadas en buena parte en tales isomorfismos. En segundo lugar, las imágenes que nosotros construimos por medio de los diferentes signos cartográficos son deliberadamente selectivas en dos aspectos: cartografiamos sólo aquellas características en las que estamos interesados en aquel momento y despreciamos todas las diferencias entre las entidades que representamos por los mismos símbolos. No parece preciso insistir en lo útil que resulta poseer un vehículo tan conveniente y autorregulador para el proceso de abstracción. En tercer lugar, puesto que los mapas constituyen isomorfos espaciales, reflejan directamente no sólo las diversas características que tratamos de correlacionar, sino también las mismas correlaciones. En otras palabras, realizan la misma función, o casi la misma, que los diagramas y otras representaciones de conexiones funcionales. Una buena parte de lo que otros científicos sociales consiguen de esta forma lo consiguen los geógrafos mediante la técnica de la correlación cartográfica. Mediante el simple recurso de superponer mapas con isopletas pueden descubrirse de un vistazo correspondencias tales como las existentes entre lluvia y producciones agrícolas, por lo menos en una forma preliminar y cualitativa. Es más que una técnica diferente en el sentido del término. Se trata de un instrumento especial de generalización y análisis que no es usado por ninguna otra ciencia tanto como por la geografía.
La correlación cartográfica nos conduce a dos problemas íntimamente relacionados, la llamada geografía comparativa y la tipología. El término geografía comparativa es de antigua raigambre. Humboldt lo utilizó ocasionalmente; Ritter y Hettner le tenían bastante afecto. Ambos gustaban de “comparar” fenómenos geográficos amplios y complejos, continentes enteros o vastas regiones que a pesar de su complejidad presentaban algunas similitudes. Lo que debemos decir ahora es que no existen tal clase de métodos comparativos, ni en geografía ni en otras ciencias. Dicho de otra manera, el enfoque comparativo no es una tercera tendencia, además del enfoque descriptivo y el sistemático. Mucho de lo que se cubre bajo el nombre de geografía comparativa es realmente geografía sistemática aunque con bastante frecuencia, de un tipo más bien rudimentario. Otros trabajos que se denominan comparativos son, más o menos, ingenuas descripciones regionales. Tampoco es accidental el hecho de que los más interesantes intentos de esta clase se refieran a amplias áreas. Si varias de estas áreas diferenciadas en muchos aspectos, como ocurre naturalmente en las áreas amplias, presentan también algunas similitudes como indicadoras de ciertos patrones básicos. Pero entonces, ya hemos visto anteriormente que hablar de estos patrones básicos fundamentales no es más que una forma indirecta de referirse a leyes sistemáticas. Además mientras las comparaciones a gran escala pueden permitir válidas sugestiones acerca de las leyes fundamentales subyacentes, tales intuiciones deben todavía superar la prueba de la comprobación independiente en otras áreas de distinto tipo y dimensión. Hablando lógicamente, la geografía comparativa aparece así a medio camino entre la investigación sistemática y la descripción regional.
Lo mismo ocurre con la tipología. Los geógrafos ingleses y alemanes han tratado de establecer, con bastante éxito, tipos de áreas de paisaje (landschaft belts). Las regiones climáticas, las regiones naturales, los belts trigueros, las regiones de la minería del carbón son ejemplos de ello. De nuevo es probable que las comparaciones entre los diversos especímenes de tales tipos sugiera algunas deducciones. Los excepcionalistas hablarán de la intuitiva aprehensión de tipos, igual como los psicólogos anticientíficos hablarían de la comprensión intuitiva de los tipos de personalidad. Los defensores del método científico reconocerán estas deducciones como lo que son, adivinaciones cultas de las leyes sistemáticas. No se trata aquí de desacreditar esta fase anticipatoria. Después de todo la ciencia es también una adivinación culta. Pero no existe tampoco ninguna mística particular acerca de la noción de tipo. Un tipo no es más que una clase. Una inteligente clasificación o bien anticipa o bien está basada en alguna especie de leyes. Si, como resultado, el mismo material sugiere alguna especie de clasificación por mera inspección, puede esperarse que se esté en la pista de algún tipo de leyes.
Una vez que la noción de tipo ha sido clarificada al reconocerse que no es ni más ni menos que una fructífera clasificación, se está a un paso de conseguir la clave de uno de los conceptos más fundamentales de geografía, el concepto de región. Una región se define convencionalmente como un área homogénea respecto a una o dos clases de fenómenos. Como ha señalado Palander , uno de los más agudos críticos e la geografía económica, la noción de región en sí misma no explica nada.
En particular, no es ningún sustituto para la noción de ley morfológica o de cualquier otro tipo. De hecho está incluida en esta noción. Una ley morfológica no es, en muchos casos, más que una afirmación de las relaciones espaciales de acuerdo con unas leyes dentro de una región o entre regiones definidas mediante diferentes criterios. Desde un punto de vista puramente metodológico esto es realmente todo lo que se necesita decir sobre la noción de región. Esto no quiere decir que subestimemos el papel que ésta desempeña en la geografía. La importancia de un concepto científico se mide por su fecundidad en la aplicación, no por lo que se pueda decir sobre él desde un punto de vista lógico.
Las regiones y otras entidades geográficas han sido consideradas por muchos geógrafos como un todo en el sentido que lo hace la doctrina del holismo o gestaltismo. Un todo, en esta peculiar doctrina, es más que la suma de sus partes; es también único en el sentido de que sus diversas propiedades no pueden ser explicadas aplicando los métodos científicos normales a sus partes combinadas y a las relaciones que se obtienen entre ellas. Hartshorne, argumentando contra tales holistas, se opone acertadamente al uso de esta doctrina en la definición del área geográfica y de región . Pero tras este rechazo encuentra necesario reintroducir la doctrina en la geografía cuando, posteriormente, define las regiones culturales y, a manera de ejemplo, las unidades agrarias como un “todo primario” (primary wholes) cuyas partes sólo pueden ser entendidas en términos del todo . Esto es, desde luego, diferente del “método simplemente analítico de Hettner” que dice Passarge, según la cita de Hartshorne. Pero el análisis lógico completo del holismo es una asunto complejo y no puede ser abordado aquí en detalle . Lo que se desprende de todo ello es esto. Siempre que una parte insiste en que posee un todo, la otra parte afirma que no conocemos bastante para explicar su comportamiento por los métodos científicos normales. En muchos casos importantes tales explicaciones han sido propuestas más tarde. Puede por ello dudarse de si realmente existe en algún punto de la naturaleza un todo en el sentido holista. Dentro de nuestro campo, la anterior discusión sobre la geografía del puerto de Nueva York constituye un ejemplo a propósito. Hartshorne, que lo considera único, tendría que considerarlo también de forma consistente, un todo cuyas partes, como las de una unidad agraria, sólo pueden ser entendidas desde el todo. Nosotros, por el contrario, desde nuestro punto de vista nos preguntamos si alguna entidad geográfica, región o no, es un todo en este sentido metodológico.
Quien rechace el método científico, en cualquier campo, rechaza en principio la posibilidad de predicción. En otras palabras, rechaza lo que se conoce también como determinismo científico. La razón intelectual que subyace a esta actitud es en la mayoría de los casos alguna versión de la doctrina metafísica del libre albedrío. Esto puede parecer un bizantinismo en un campo como la geografía. Un vistazo a algunas recientes publicaciones bastaría para calmar tales dudas. En general las múltiples interrelaciones entre los diversos holismos, la doctrina de lo único, y la filosofía del libre albedrío dependen de cómo ha sido expuesta la teoría. Si el determinismo se toma para significar que en toda la naturaleza existen leyes, que no permiten ninguna “excepción”, entonces éste es el fundamento de todas las ciencias. Y si el libre albedrío significa que las decisiones humanas no están determinadas por sus antecedentes (fisiológicos y/o sociopsicológicos) entonces la voluntad no es libre. De cualquier modo, la mayor parte de los científicos actúan de acuerdo con esta asunción y dejan muy gustosamente el debate a los metafísicos. Sin embargo, la expresión determinismo posee todavía otro significado. Por ejemplo, aquellos que censuran a Marx, por su “determinismo económico” no rechazan necesariamente la idea de la existencia de leyes universales. Lo que rechazan es, más bien, la doctrina de que si se conociera todo sobre las condiciones económicas y tecnológicas de la sociedad, se podría dentro de estos términos predecir su “superestructura” y su evolución futura. El determinismo científico así entendido debe distinguirse, pues, cuidadosamente de los diversos determinismos con un adjetivo, como por ejemplo el determinismo económico.
Estos últimos determinismos son teorías científicas, que deben ser aceptadas o rechazadas de acuerdo con la evidencia empírica. La geografía ha sido hechizada por su propio determinismo. El determinismo geográfico (llamado también en inglés enviromentalism) atribuye a las variables geográficas el mismo papel en l proceso social que el marxismo atribuye a las variables económicas. No existe ninguna buena razón para pensar que alguno de estos dos específicos determinismos no sean más que una grosera exageración de una reconocida concepción profunda. Es perfectamente válido investigar la influencia que el medio físico ejerce ya positivamente, ya en sentido limitante, sobre el proceso social. La mayor parte de los geógrafos esperarían encontrar algún tipo de conexiones de acuerdo con leyes en este aspecto; no por esto se convierten en deterministas geográficos. Ratzel fue el primero que pensó de manera original e imaginativa en esta dirección. Lo mismo que ocurrió con Marx, puede decirse de él que no era tan exagerado como sus discípulos posteriores. En Estados Unidos, Sample fue discípula de Ratzel. En los escritos de Ellesworth Huntington el determinismo geográfico alcanza su ápice. En Francia Demolins insistía en que si la historia de Francia tuviera que ocurrir de nuevo otra vez, su desarrollo habría seguido el mismo curso de acuerdo con el medio geográfico. Las reacciones contemporáneas contra estas exageraciones fueron comprensiblemente muy fuertes. Pero una cosa es atacar estas ideas desde el punto de vista de la ciencia y otra muy distinta es atacar el determinismo geográfico para atacar la ciencia y su idea subyacente de la existencia de leyes universales.
No podemos en tanto que geógrafos elucubrar sobre el futuro de la ciencia. Pero podemos plantearnos lo que puede deducirse razonablemente sobre el futuro de la geografía como disciplina, una unidad organizada dentro de la intrincada división del trabajo intelectual. Ello no es estrictamente una cuestión metodológica y depende de muchos factores externos. A pesar de todo, su núcleo teórico no está totalmente desligado de la metodología. Por ello debemos aventurarnos a hacer algunas observaciones como conclusión. La ciencia, para repetirlo una vez más, trata de encontrar leyes. ¿Cuáles son entonces, podemos preguntarnos, las peculiaridades de las leyes que buscamos y qué es lo que haría aconsejable que se mantuvieran juntas en una disciplina? Desde este punto de vista las leyes de la geografía se dividen, nos parece, en tres categorías. Típicas de la primera son la mayor parte de las leyes de la geografía física. Se trata de leyes que no son estrictamente geográficas. La mayoría de ellas son formulaciones especializadas de leyes establecidas independientemente en las ciencias físicas. El geógrafo toma estas leyes tal como las encuentra, las aplica sistemáticamente a las diversas condiciones que prevalecen en la superficie de la tierra, y las analiza prestando particular atención a las variables espaciales que contienen. El climatólogo usa así mucho de la física (meteorología) y el geógrafo agrario aplica la biología (agronomía).
Típicas de la segunda categoría son muchas leyes de la geografía económica, como por ejemplo la actualmente floreciente teoría de la localización a la que puede aplicarse correctamente el nombre de teoría pues ha alcanzado este estado en el sentido estricto de que forma un grupo coherente de generalizaciones conectadas deductivamente. Como se sabe, esta teoría investiga las relaciones espaciales existentes en una región entre los lugares en los que se encuentran los diversos factores económicos (materias primas, unidades productivas, medios de comunicación, consumidores, etc.). En tanto que leyes morfológicas, son también genuinamente geográficas. En realidad, las obras pioneras en este campo han sido realizadas por economistas, con la excepción de Christaller que es un geógrafo . Pero con el refinamiento de la teoría la habilidad del geógrafo tendrá cada vez más importancia. Porque el geógrafo es más experto que otros en el tratamiento de los factores espaciales y conoce por su rico caudal de experiencias con cuáles otros interaccionan típicamente. En tanto que estas leyes no son morfológicas, pertenecen a la tercera categoría.
Se trata de un punto esencial. Ya nos referimos a él anteriormente, cuando utilizamos el ejemplo de las regiones similares, que presentan diferentes patrones de poblamiento a causa de los diferentes procesos sufridos por su población. Nos detendremos en el caso más general. Las ciencias sociales maduras buscan leyes de procesos. Conociendo tales leyes, si conocen los factores físicos y las características de la población que ocupa una región en un momento dado, se puede predecir idealmente el curso entero de la historia en dicha región, con tal de que se conozcan también las influencias que penetran desde el exterior. Tales leyes son, naturalmente, leyes no geográficas, y no pertenecen tampoco por entero a ninguna de las otras divisiones hoy normales, tales como antropología o economía. Las variables que pueden esperarse que entren en ellas se extienden a todo el entero campo de la ciencia social. Las variables espaciales están, esencial e inevitablemente, entre ellas, pero no son más autosuficientes que las de la economía o la sociología tradicional. Nuestra tarea consiste en hacer explícito el papel que estas variables geográficas desempeñan en el proceso social. En otras palabras, debemos tratar de explotar qué aspectos serían diferentes en el futuro si, permaneciendo igual todas las otras variables, fueran diferentes de lo que son realmente las ordenaciones espaciales. El insistir en ello no es, como pudimos ver, determinismo geográfico. El auténtico peligro es aquí el aislacionismo geográfico. Pues ya hemos visto igualmente que la búsqueda de estas leyes sólo puede realizarse en cooperación con las otras ciencias sociales.
¿Qué podemos deducir de todo esto para el futuro de la geografía? Me parece que en tanto que los geógrafos cultiven los aspectos sistemáticos las perspectivas de la geografía como una disciplina propia son buenas. Las leyes de las tres categorías que hemos distinguido son, sin ninguna duda, interesantes e importantes a la vez y todas contienen factores espaciales en una tal extensión que exigen una habilidad especial y hace que valga la pena dedicarse al cultivo profesional de esta habilidad. Los geógrafos somos estos profesionales. No soy ya tan optimista en el caso en que la geografía rechazara la búsqueda de leyes, exaltara sus aspectos regionales, y se limitara así cada vez más a la mera descripción. En esa eventualidad, el geógrafo sistemático tendría que inclinarse más decididamente –e incluso pasarse si fuera preciso- a las ciencias sistemáticas.

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lunes, 15 de marzo de 2010

Comentario de texto: Schaefer

EXCEPCIONALISMO EN GEOGRAFÍA.
UN ANÁLISIS METODOLÓGICO

La metodología de una disciplina no es un cajón de sastre de técnicas especiales. En geografía, técnicas tales como la elaboración de mapas, los "métodos" de enseñanza, o las exposiciones históricas sobre el desarrollo de la ciencia se toman con frecuencia, erróneamente, como metodología. El propósito de este trabajo es el de contribuir a disipar esta confusión. La metodología propiamente trata de la posición y objeto de una disciplina dentro del sistema total de las ciencias, y del carácter y naturaleza de sus conceptos.


La metodología se enriquece con el cambio y la evolución. En una ciencia activa los conceptos están siendo continuamente refinados o totalmente desechados. Las leyes y las hipótesis son, según los casos, confirmadas o descartadas o, en ocasiones, reducidas a la situación de aproximaciones más o menos satisfactorias. La metodología es la lógica de este proceso. Es por ello por lo que las discusiones metodológicas son, sobre todo, en las disciplinas jóvenes, una señal de salud. Vista bajo esta perspectiva, la metodología de la geografía es demasiado complaciente. Algunas ideas fundamentales han permanecido indiscutidas durante décadas a pesar de que existen poderosas razones para dudar de ellas. Otras, medio olvidadas, yacen dispersas, expuestas a una lenta erosión, como los tells de la llanura del Irak. Spethmann puso esto de relieve cuando lamentaba en 1928 que la metodología que Hettner acababa de publicar era en lo esencial una colección de artículos que tenían veinte o treinta años, en un momento en que casi todas las ciencias experimentaban cambios y progresos casi febriles. Si pasamos a Norteamérica, podemos añadir que en 1939 Hartshorne volvió a formular muchas de las ideas de Hettner con pocos cambios y escasa crítica. Y lo que es peor todavía, la propia obra de Hartshorne, indudablemente un hito importante en la historia del pensamiento geográfico norteamericano, ha permanecido indiscutida en los trece años que han transcurrido.
La bibliografía metodológica es reducida. Alexander von Humboldt, que ha sido llamado, con razón, el padre de la ciencia geográfica, fue también el primer autor relativamente moderno que prestó atención a la lógica de sus conceptos. Dos generaciones transcurrieron antes de que Hettner realizara la siguiente contribución importante. Pero sólo dos años después de la aparición del libro de Hettner un filósofo de la ciencia austríaco, Víctor Kraft , publicó un ensayo sobre esta disciplina que todavía no ha sido superado en cuanto a claridad y síntesis. Aparte de estos trabajos, la obra de Hartshorne en Norteamérica ha sido la única aportación y con mucho la más importante de las recientes. De la discusión que seguirá a continuación quedará claro que mientras Hartshorne sigue a Hettner, bastante fielmente en algunos aspectos, puede decirse que Kraft continúa más de cerca las tradiciones de Humboldt.

I
Los geógrafos que han escrito sobre el objeto y naturaleza de la geografía comienzan con frecuencia de forma apologética, como si tuvieran que justificar su misma existencia. Y extrañamente —o quizás no tan extrañamente, psicológicamente hablando— llegan a reivindicar demasiadas cosas. En tales escritos la geografía, junto con la historia, aparece como la "ciencia integradora", completamente distinta a las otras disciplinas y cuya única importancia encuentra su expresión en los métodos especiales que debe usar para alcanzar sus profundos resultados. Por desgracia, los resultados reales de la investigación geográfica, aunque no deben ser minimizados, están un poco faltos de estas profundas y grandiosas visiones que uno esperaría de tan exuberantes caracterizaciones de la disciplina. En realidad el desarrollo de la geografía ha sido más lento que el de algunas de las otras ciencias sociales, como por ejemplo la economía. Parte de este retraso quizás se deba a las irreales ambiciones que ha hecho nacer la confusa idea de una única ciencia integradora con una única metodología propia. Por otra parte, no hay necesidad de defensas que con mucha frecuencia preceden a lamentaciones exageradas. Después de todo, la existencia de una disciplina es principalmente un resultado de la división del trabajo y no necesita ninguna justificación "metodológica" En este obvio sentido la geografía es sin ninguna duda un importante campo.
Con el desarrollo de las ciencias naturales en los siglos XVIII y XIX quedó claro que la mera descripción era insuficiente. La descripción, incluso si es seguida por una clasificación, no explica la forma en que se distribuyen los fenómenos en el mundo. Explicar los fenómenos que se han descrito significa siempre reconocerlos como ejemplos de leyes. Otra forma de decir lo mismo es insistir en que la ciencia no está tan interesada en los hechos individuales como en los patrones que presentan. En geografía las variables fundamentales desde el punto de vista de la elaboración de patrones son naturalmente las espaciales, están regidas por leyes. Para esta nueva clase de trabajo deben facilitarse instrumentos en forma de conceptos y leyes. De aquí que la geografía tenga que ser concebida como la ciencia que se refiere a la formulación de leyes que rigen la distribución espacial de ciertas características en la superficie de la tierra. Esta última limitación es esencial: con el notable desarrollo de la geofísica, la astronomía y la geología, la geografía ya no puede seguir tratando de todo nuestro planeta, sino sólo de la superficie del mismo y "de los fenómenos terrestres que ocupan su espacio" .
Humboldt y Ritter reconocieron como el objeto fundamental de la geografía el estudio de la forma en que los fenómenos naturales, incluyendo el hombre, se distribuyen en el espacio. Esto implica que los geógrafos deben describir y explicar la forma en que las cosas se combinan "para ocupar un área". Naturalmente estas combinaciones se modifican de un área a otra. Áreas distintas contienen distintos factores o los mismos factores en diferentes combinaciones. Tales diferencias, bien en la combinación de factores o bien en su disposición de un lugar a otro, constituyen el fundamento de la noción, de sentido común, de que las áreas son diferentes. Siguiendo a los geógrafos griegos este punto de vista es denominado corográfico o corológico, según el nivel de abstracción. La geografía, pues, debe prestar atención a la disposición espacial de los fenómenos en un área y no a los fenómenos mismos. Lo que importa en geografía son las relaciones espaciales y no otras. Las relaciones no espaciales existentes entre los fenómenos en un área constituyen el objeto de otros especialistas tales como los geólogos, antropólogos y economistas. De todas las limitaciones que afectan a la geografía ésta parece ser la más difícil de observar para los geógrafos. Incluso, a juzgar por algunas investigaciones recientes, los geógrafos no siempre distinguen claramente entre, por ejemplo, las relaciones sociales, por un lado, y las relaciones espaciales entre factores sociales por otro. Realmente, puede decirse sin exagerar que la mayor parte de lo que se encuentra en un área determinada es de primario interés para otros científicos sociales. Por ejemplo, las conexiones entre ideología y comportamiento político o las existentes entre los caracteres psicológicos de una población y sus instituciones económicas no conciernen al geógrafo. Si intenta explicar tales cuestiones el geógrafo se convierte en un aprendiz de todo y oficial de nada. Lo mismo que los otros especialistas el geógrafo haría mejor en cultivar su especialidad, es decir, el estudio de las leyes referentes a la organización espacial. Pero ello no significa que algunas de estas leyes "geográficas" no sean de interés a otras disciplinas.
Kraft, comentando a Humboldt y a Ritter, coincide con ellos en que la geografía es, por lo menos potencialmente, una ciencia que trata de descubrir leyes; en que está limitada a la superficie de la tierra; y en que es esencialmente corológica. Incidentalmente, piensa también que esto basta para situar a la geografía lógicamente aparte, como una disciplina independiente.
El punto de vista corológico enfrenta a la geografía con un problema que ha producido más malentendidos y controversias metodológicas que cualquier otro. Las investigaciones de los geógrafos, sean geógrafos físicos, económicos o políticos, son de los diferentes tipos: sistemáticas o regionales. Una región contiene, sin duda, una combinación singular, única, e incluso en algunos aspectos uniforme, de especies o categorías de fenómenos. El detalle con que el geógrafo regional describe, enumera o cataloga estos rasgos al comienzo de su investigación depende, naturalmente, del tamaño de la región considerada. A continuación deseará reunir información sobre la distribución espacial de los individuos en cada clase. Pero también esta información pertenece a sus datos más que a sus resultados, pues en realidad no va más allá de la mera descripción. Su tarea específica como científico social comienza solamente en esta fase. Primeramente debe tratar de hallar estas relaciones existentes entre los individuos y las clases en virtud de las cuales el área considerada posee ese carácter unitario que hace de ella una región. En segundo lugar, debe identificar las relaciones que existen en dicha área particular como ejemplos de las interrelaciones causales que —en virtud de leyes generales entre tales características— mantienen en todas las circunstancias conocidas los individuos, las clases o cualesquiera otras categorías que se posean. Este segundo paso conduce, pues, a una aplicación de la geografía sistemática al área en cuestión. Sólo cuando se han dado estos dos pasos puede decirse que se ha logrado un conocimiento científico de la región.
Llegamos así a la geografía sistemática. Su método no es diferente en principio del de cualquier otra ciencia social o natural que trate de establecer leyes o -lo que significa lo mismo- haya alcanzado la fase sistemática. Las relaciones espaciales entre dos o más clases específicas de fenómenos deben ser estudiadas en toda la superficie terrestre para poder obtener una generalización o ley. Aceptemos, por ejemplo, que encontramos dos fenómenos que se dan frecuentemente en el mismo lugar. Puede entonces formularse una hipótesis que establezca que siempre que en un lugar aparezcan los miembros de una clase, los de la otra clase aparecerán también allí, bajo las condiciones especificadas por la hipótesis. Para comprobar tal hipótesis el geógrafo necesitará un número suficiente de casos y de variables más amplio que el que puede encontrar en una sola región. Pero si ello es confirmado en un número suficiente de casos, entonces la hipótesis se convierte en una ley que puede ser utilizada para "explicar" situaciones aún no consideradas. Las condiciones actuales de nuestra disciplina muestran un estado de desarrollo, bien conocido de otras ciencias sociales, en el cual la mayor parte de los geógrafos todavía están preocupados con las clasificaciones en lugar de tratar de establecer leyes. Ya sabemos que la clasificación es el primer paso en cualquier tipo de trabajo sistemático. Pero cuando no llegan a darse los otros pasos que siguen lógicamente y la clasificación llega a ser el fin de la investigación científica, entonces el campo científico de que se trata se hace estéril.
La actual falta de claridad acerca del papel relativo y de la importancia de la geografía regional y de la sistemática puede probablemente ser rastreada según la preferencia dada a una u otra en los distintos períodos de la historia de la disciplina. Por ejemplo: el geógrafo físico, al sentir más de cerca el impacto del desarrollo de las ciencias naturales, sintió a veces la necesidad de instrumentos específicamente propios en la forma de funciones, reglas o leyes. La geografía física tuvo por ello una fase, a fines del siglo XIX, en que se concentró sobre la investigación sistemática a expensas de los estudios regionales. Algunos de estos autores aparentemente sintieron que la investigación regional, al no conducir directamente a la formulación de leyes, no valía la pena de ser realizada y por consiguiente debía ser abandonada. Posteriormente, a comienzos de nuestro siglo, cuando el interés comenzó a desplazarse hacia la geografía social o humana, los geógrafos sociales, en buena parte como reacción frente a esta exclusiva concentración en los estudios sistemáticos por parte de los geógrafos físicos, desdeñaron los someros esfuerzos sistemáticos que, en ausencia de una adecuada ciencia social a la que recurrir, intentaban hallar las leyes que regulaban los aspectos espaciales de las variables sociales. Cualquier generalización, claramente reconocida como tal fue considerada vacía y poco práctica por estos autores; la geografía regional aparecía ante ellos como la única ocupación honorable. A estos hombres debemos la masa de la bibliografía descriptiva que, naturalmente, contiene mucho material valioso. En aquellos casos en que superaron sus creencias metodológicas actuaron con gran percepción o mas bien con una especie de intuición artística. Pero, en cambió, en todos sus escritos metodológicos se alineaban con los oponentes del método científico.
Todas estas confusas controversias duran todavía, hasta el punto de que aún hoy pocos artículos o libros están libres de ellas. Hay, sin embargo, un pequeño progreso. Casi nadie pretende hoy que uno u otro de los enfoques, el regional y el sistemático, sea totalmente inútil y deba ser por ello abandonado. En su versión contemporánea la discusión adopta la forma del viejo cuento del huevo y la gallina, discutiendo todavía la importancia relativa de la investigación sistemática y de la regional. Hettner creía que el núcleo de la geografía era lo regional. Hartshorne pensaba que la geografía sistemática es realmente indispensable para la investigación regional; cualquiera que lo prefiera, o que por temperamento sea apto para ella, deberá al mismo tiempo cultivar la sistemática, aunque opinaba que el corazón de la geografía es, a pesar de todo, el estudio regional. Imaginemos, por ejemplo, a un físico contemporáneo manteniendo que la física teórica tiene su lugar y que a sus devotos se les debería dejar en paz, pero que el corazón auténtico de la física es lo experimental; o un economista que cree que sólo el estudio de la economía "regional" actual o pasada es economía en sentido propio, mientras que la parte sistemática de la economía la que formula sus leyes, es simplemente un esotérico entretenimiento.
Ni Humboldt ni Ritter se preocuparon por estas pseudodeducciones. Comprendieron con claridad que la geografía sistemática trata de formular las reglas y leyes que son aplicadas en geografía regional. Humboldt se dio cuenta de que la formulación y comprobación de leyes es el más elevado objetivo al que puede aspirar un científico. El geógrafo sistemático, al estudiar las relaciones espaciales entre un limitado número de clases de fenómenos, llega por un proceso de abstracción a leyes que representan situaciones que son artificiales en el sentido de que sólo un número de factores relativamente reducido son causalmente operativos en cada una de ellas. Prácticamente ninguna ley individual de este tipo, ni incluso un cuerpo de leyes, convendrá completamente a una concreta situación. En este sentido no polémico cada región es, desde luego, única. Sólo que esto no es peculiar a la geografía. Como en todos los campos de la ciencia, la aplicación conjunta de las leyes disponibles es el único camino para presentar y explicar el caso de que se trate. Hasta qué punto podrán explicar las leyes conocidas y qué complejas situaciones podrá aprender un científico, es una cuestión de grado que depende del nivel de desarrollo de la disciplina. Ritter, uno de los primeros geógrafos modernos, no tenía ningún conocimiento sistemático a su disposición. Consciente de esta limitación, mantuvo la geografía regional, que fue la que atrajo particularmente su atención, en un nivel puramente descriptivo. Pero desde luego no elevó a virtud su elección y no dedujo ningún principio metodológico de lo que era una limitación práctica. Inversamente, la geografía regional no tiene por qué sentirse inferior a la rama sistemática. Porque la geografía sistemática tendrá siempre que obtener sus datos de la geografía regional, al igual que la física teórica contará siempre con los trabajos de laboratorio. Más aún, la geografía sistemática recibe una gran orientación de la geografía regional en lo que respecta al tipo de leyes que debería buscar. Porque, insistimos, la geografía regional es como el laboratorio en el que las generalizaciones del físico teórico deben soportar la prueba de la experimentación y la verdad. Parece que puede decirse, pues, como conclusión, que la geografía regional y sistemática son aspectos inseparables e igualmente indispensables de nuestra disciplina.
Quizás una de las causas de la innecesaria discusión entre los sistemáticos y los regionalistas sea puramente psicológica. No todo buen físico teórico será también un buen físico experimental, ni viceversa. Generalmente la habilidad para organizar una ciencia teóricamente no va siempre asociada con un interés igual y una aptitud parecida en la recolección de sus datos. Igualmente, la aplicación de leyes a situaciones concretas exige una aptitud especial. Pero no hay ninguna razón para que tales diferencias temperamentales tengan que ser elevadas a posiciones pseudometodológicas.
Hettner, al igual que Kraft, habló de los enfoques complementarios que originan un “dualismo” que sitúa a la geografía aparte de todas las otras disciplinas. Ya debería estar claro que en realidad no hay en todo ello nada exclusivo o peculiar de la Geografía. Si el término se utiliza para expresar oposición o conflicto, entonces es frecuentemente confundidor. Sin embargo, este llamado “dualismo” ha sido citado en apoyo de la pretensión de que la geografía es una disciplina metodológicamente única. Tampoco la complejidad de la situación con la que se enfrenta el geógrafo regional es en ningún sentido tan fuera de lo ordinario para que éste tenga una tarea singularmente difícil de “integración”, según otro significado del brillante término. Muy al contrario; está al mismo nivel que los otros científicos sociales. Cuando el economista aplica sus generalizaciones o leyes a un orden económico dado no solamente trata con la complejidad de la situación puramente económica, sino que tiene en cuenta los factores políticos, psicológicos y sociales que las influyen. Esta es, después de todo, la esencia de la llamada economía institucional. Similarmente, un sociólogo que analiza una determinada sociedad primitiva, o una comunista o agraria, se enfrenta con situaciones muy complejas. En el lenguaje pretencioso de algunos geógrafos, tal sociólogo “integra” no sólo fenómenos heterogéneos, sino también, claramente, leyes heterogéneas. Decir que la tarea de estos científicos es menos compleja o menos integradora que la de los geógrafos no tiene sentido. Si acaso es aún más compleja, pues la tarea específica del geógrafo en el análisis de una región se limita sólo a las relaciones espaciales. En consecuencia, aun el más completo análisis geográfico de una región proporciona sólo un conocimiento parcial de ella. Después de que la investigación geográfica haya sido realizada todavía queda mucho trabajo antes de comprender completamente la estructura social de esta región. Esto es obvio; porque ¿cómo podría alcanzarse tal comprensión sin considerar ni siquiera factores tales como la ecología, la economía, las instituciones y las costumbres de la región? En cierta manera, el geógrafo proporciona sólo el marco para posteriores estudios de otros científicos sociales. Es por ello absurdo mantener que los geógrafos se distinguen entre los científicos debido a la integración que realizan de fenómenos heterogéneos. La geografía no tiene nada de extraordinario en este sentido. Puede incluso suponerse que esta noción es una pervivencia del tiempo en que no existían ciencias sociales y las ciencias naturales estaban poco desarrolladas, y en que esfuerzos tan pintorescos y enciclopédicos como la historia natural y la cosmografía ocupaban aún su lugar.
Hemos visto que existe un amplio grupo de ideas que son variaciones de un mismo tema: la geografía es muy diferente de las demás ciencias sociales, metodológicamente única, por así decirlo. Esta posición influyente y persistente en sus diversas variaciones merece un nombre particular. Yo la denominaré excepcionalismo y por el momento investigaré acerca de sus raíces históricas.



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jueves, 4 de marzo de 2010

Comentario de texto: Vidal de la Blache

Las divisiones fundamentales del territorio francés

Una de las dificultades que hacen vacilar frecuentemente a la enseñanza geográfica es la incertidumbre sobre las divisiones que conviene adoptar en la descripción de las regiones. El asunto tiene más alcance de lo que en principio podría creerse; se refiere en realidad a la propia concepción que se tiene de la geografía. Si esa enseñanza se entiende como una nomenclatura que hay que añadir a otros conocimientos prácticos del mismo tipo, la búsqueda de las divisiones convenientes resulta muy sencilla. El mejor método será el mejor memorándum. Pero para quien pretende, por el contrario, tratar a la geografía como una ciencia, el asunto cambia de aspecto. Los hechos se aclaran según el orden con el que se agrupen. Si se separa lo que se debe aproximar, si se une lo que se debe separar, se rompe toda relación natural; es imposible reconocer el encadenamiento que enlaza, sin embargo, los fenómenos de los que se ocupa la geografía y que constituye su razón de ser científica.


Se nos permitirá considerar como indiscutible en principio que la geografía debe ser tratada en la enseñanza como una ciencia y no como una simple nomenclatura. Vamos a intentar, pues, no tanto discutir los procedimientos como aclarar un principio metodológico. Lo más seguro y mejor en semejante materia es elegir un ejemplo: lo natural es que sea el de Francia.
I) [...] Se puede uno preguntar, ante todo, si es necesario dividir en regiones el país que se quiere estudiar, y si no sería más sencillo examinar separadamente y uno detrás de otro sus principales aspectos, cosas, relieve, hidrografía, ciudades, etc. Es fácil mostrar que un sistema así iría directamente contra la finalidad que se propone la geografía. Esta ve en los fenómenos su correlación, su encadenamiento; busca en ese encadenamiento su explicación: no hay que empezar pues por aislarlos. ¿Puede describirse de forma inteligible el litoral sin las tierras del interior, los acantilados de Normandía sin las mesetas de creta de las que forman parte, los promontorios y los estuarios bretones sin las rocas de naturaleza diferente y de desigual dureza que constituyen la península? Ocurre lo mismo con la hidrografía y la red fluvial, que dependen estrechamente de la naturaleza del terreno. ¿Por qué aquí las aguas se concentran en canales poco numerosos, mientras que en otras partes se dispersan en innumerables redes y discurren por todas partes? ¿Por qué el mismo río cambia, durante su curso, de aspecto y de ritmo, unas veces encajado, otras ramificado, claro o turbio, desigual o regular, adoptando, sucesivamente, en resumen, los caracteres de las regiones que atraviesa? El geógrafo estudia en la hidrografía una de las expresiones en las que se manifiesta una región, y actúa de igual manera con la vegetación, con las viviendas y los habitantes. No debe ocuparse de estos distintos temas de estudio ni como botánico ni como economista. Pero sabe que de estos diferentes rasgos se compone la fisonomía de una región, es decir, ese algo vivo que el geógrafo debe aspirar a reproducir. La naturaleza nos pone pues en guardia contra las divisiones artificiales. Nos indica que no hay que parcelar la descripción, sino que, por el contrario, hay que concentrar sobre la región que se quiere describir, y que hay que delimitar entonces convenientemente, todos los rasgos propios necesarios para caracterizarla. [...] Francia no es una maquinaria que se pueda desmontar y exponer pieza por pieza.

Pero hay que elegir bien estas divisiones regionales; y henos aquí de nuevo en el tema. Sería poco razonable tomar como guía, en materia geográfica, divisiones históricas o administrativas. No hablo aquí de nuestras 86 unidades departamentales, que no podrían tomarse seriamente como marcos de una descripción geográfica. Pero se ha afirmado a veces que las antiguas provincias ofrecían un sistema de divisiones acorde con regiones naturales. Hay que señalar que esta opinión ha sido emitida fundamentalmente por geólogos; quizá los historiadores tendrían dificultades para compartirla. Cuando se repasan mentalmente los incidentes históricos, los azares sucesorios, las necesidades circunstanciales que han influido sobre la formación de estos agrupamientos territoriales, surgen dudas sobre la concordancia que puede existir entre una provincia y una región natural. Esta concordancia existe, sin embargo, hasta cierto punto en determinadas provincias. Champaña y, sobre todo, Bretaña pueden servir de ejemplos. Pero lo más frecuente es que las provincias nos ofrezcan una amalgama heterogénea de regiones muy diversas; la composición territorial de Normandía o del Languedoc no responde en absoluto a una división natural del territorio.
Las divisiones geográficas no pueden proceder más que de la propia geografía. Esto ha quedado claro; pero entonces se ha imaginado esa división por cuencas fluviales, a la que, a pesar de las justas críticas que provoca, no es seguro que la enseñanza haya renunciado en todas partes, pues no se renuncia en un día a costumbres inveteradas que libros y mapas llamados geográficos han acreditado a conciencia. Este sistema de divisiones es sencillo en apariencia, pero no tiene más que la apariencia de la sencillez. En realidad no puede ser más oscuro. Lo artificial no puede ser claro; pues al destruir las relaciones naturales de las cosas se condena uno a no darse cuenta de nada: es ponerse en contradicción con realidades que saltan a la vista. Aplicada a Francia, la división por cuencas fluviales separa comarcas que la naturaleza ha unido, como los “países” del curso medio del Loira y los del Sena. Destruye la unidad del Macizo Central. ¡Un geólogo dijo en cierta ocasión que la existencia del Macizo Central, particularidad bastante importante del territorio francés, había pasado desapercibida para los geógrafos! [...]

II) Intentemos pues clarificar lo que hay que entender por región natural. El mejor medio para ello será librarnos de toda rutina escolástica y situarnos, siempre que sea posible, ante realidades. La geografía no es precisamente una ciencia de libros; necesita la colaboración de la observación personal. La naturaleza, en su inagotable variedad, pone al alcance de cada uno los objetos de observación, y se puede garantizar a los que se dedican a ello menos esfuerzo que placer.


Entre Etampes y Orleáns, atravesamos en tren un “país” llamado la Beauce; e incluso sin bajar del vagón, distinguimos algunos caracteres del paisaje: un terreno indefinidamente llano, sobre el que se desarrollan campos cultivados alargados, muy pocos árboles, muy pocos ríos (durante 65 kilómetros no se atraviesa ninguno), sin casas aisladas; todas las viviendas están agrupadas en aldeas o pueblos.

Si atravesamos el Loira encontramos, al sur, un “país” igual de llano, pero cuyo terreno tiene un color diferente, en el que abundan los bosques y las lagunas: es la Sologne. Al oeste de la Beauce, entre las fuentes del Loira y del Eure, aparece un “país” accidentado, verde, fragmentado por cercas y por hileras de árboles, con viviendas diseminadas por todas partes, es el Perche. Entremos en Normandía. Si en el departamento de Sena Inferior, examinamos los dos distritos contiguos de Yvetot y de Neufchâtel, ¡qué diferencias! En el primero todo es llanura, campos de cereales, granjas cercadas cuadrangularmente por grandes árboles, amplios horizontes. En el segundo no se ven más que pequeños valles, setos vivos y pastos. Hemos pasado del “país” de Caux al “país” de Bray. La forma de vivir de los habitantes ha cambiado con el terreno. Si, en el departamento de Calvados, abandonamos el Campo de Caen para entrar en el Bocage, se nos presentan contrastes diferentes, pero no menos acusados. Los hombres difieren como el terreno [...].

No tenemos pues más que mirar a nuestro alrededor para recoger ejemplos de divisiones naturales. Estos nombres, en efecto, no son términos administrativos o escolares; son de uso cotidiano, el propio campesino los conoce y los emplea. Como productos que son de la observación local, no puede abarcar grandes extensiones: son restringidos como el horizonte de los que los utilizan. Son “países” más que regiones. Pero no por ello tienen menos valora para el geógrafo. La expresión “país” tiene la característica de que se aplica a los habitantes casi tanto como al terreno. Cuando hemos intentado penetrar en la significación de estos términos, hemos visto que no expresan una simple particularidad, sino un conjunto de caracteres extraídos a la vez del terreno, de las aguas, de los cultivos, de la disposición de las viviendas. ¡He aquí, pues, tomado del natural, ese encadenamiento de relaciones que parte del terreno y que desemboca en el hombre, y del que decíamos al comienzo que debía constituir el objeto propio del estudio geográfico! Instintivamente adivinado por la observación popular, este encadenamiento se precisa y se coordina mediante la observación científica. Para comprender lo que la enseñanza geográfica le exige, un maestro no podría encontrar mejor ejercicio y mejor guía que estos nombres de “países”. Aquí están, en efecto, las que yo llamaría fuentes vivas de la geografía. Sería muy sorprendente que este estudio no le hiciese rechazar para siempre las malas divisiones artificiales, que no sirven más que para desconcertar a la vista y a la mente.

Pero, se dirá, ¿cómo aplicar una división por “países” a la enseñanza de la geografía de Francia, para que pueda practicarse en las escuelas? No recomendamos, en efecto, su aplicación directa. Además de las dificultades frecuentemente insuperables que supondría su delimitación, hay en la propia exigüidad de estas divisiones una razón perentoria. El estudio del territorio estaría fragmentado más allá de toda medida admisible en una enseñanza dirigida a escolares; las relaciones generales correrían el riesgo de desaparecer en el análisis demasiado fragmentario del detalle.

Pero aconsejamos a los maestros que utilicen estas divisiones, que les ofrecen los propios habitantes, de una forma indirecta, es decir, que se inspiren en ellas para elevarse hasta los agrupamientos más generales que les son necesarios. El principio de estas divisiones más generales debe buscarse en el orden mismo de los hechos naturales. ¿En qué se basan, en definitiva, estas divisiones de “países”? Resumen un conjunto de fenómenos que dependen casi siempre de la constitución geológica del terreno. La geología y la geografía son, en efecto, dos ciencias distintas, pero que se relacionan estrechamente. El geólogo se propone, al estudiar los terrenos, determinar las condiciones en las que se han formado; intenta reconstruir, capa tras capa, la historia del suelo. Para el geógrafo el punto de partida es idéntico, pero la finalidad difiere. Busca en la constitución geológica de los terrenos la explicación de su aspecto, de sus formas exteriores, el principio de las influencias diversas que ejerce el terreno tanto sobre la naturaleza inorgánica como sobre los seres vivos. Otras causas concurren sin duda también a determinar la fisionomía de las regiones. Si en lugar de estudiar una región restringida como Francia, se estudiasen amplias superficies continentales, habría que fijarse primero en el clima; en la fisionomía de las grandes zonas terrestres las consideraciones procedentes del clima son incluso más importantes que las causas geológicas. El régimen de las lluvias, por la influencia que ejerce sobre la vegetación, puede, independientemente de toda diferencia geológica, modificar la fisionomía de las regiones.

Pero, sin renunciar a beber en otras fuentes, la Geografía no pierde nunca de vista a la geología. Incluso cuando las dos ciencias gemelas parecen divergir, no se mantienen extrañas entre sí. No se comprende exactamente el terreno más que cuando se está en condiciones de remontarse hasta los orígenes de su formación. Ocurre con la historia de la tierra como con la de los hombres; el presente está demasiado estrechamente ligado al pasado para que pueda ser explicado con exactitud sin él.

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