martes, 27 de abril de 2010

Comentario: Harvey

Trabajo, capital y lucha de clases en torno al medio construido en las sociedades capitalistas avanzadas

En este artículo intentaré formular un marco teórico para la comprensión de una faceta de la lucha de clases en el capitalismo avanzado. Se examinarán en las páginas que siguen los conflictos relacionados con la producción y la utilización del medio construido, expresión con la que aludo al conjunto de estructuras físicas –casas, vías públicas, fábricas, oficinas, alcantarillado, parques, instituciones culturales, establecimientos educativos, etc.–. La tesis general que voy a exponer es que la sociedad capitalista necesita crear un paisaje físico –una masa de recursos físicos construidos por el hombre– a su imagen, adaptado a grandes rasgos a los fines de la producción y la reproducción. Pero sostendré también que este proceso de creación de un espacio está lleno de contradicciones y de tensiones, y que en la sociedad capitalista las relaciones entre las clases dan lugar inevitablemente a agudos conflictos entre corrientes encontradas.

A efectos analíticos supondré que existe una distinción clara entre 1) una fracción del capital que persigue la apropiación de renta, ya sea directamente (propietarios, compañías inmobiliarias y similares) o indirectamente (intermediarios financieros u otros inversores en bienes inmuebles atraídos por una tasa de rentabilidad), 2) una fracción del capital que busca la realización de beneficios mediante la construcción de nuevos elementos del medio construido (los intereses ligados a la construcción, 3) el capital “en general” , que ve en el medio construido una colocación para el capital excedente y un conjunto de valores de uso para intensificar la producción y la acumulación de capital, y 4) la clase obrera, que utiliza el medio construido con fines de consumo y para su propia reproducción. Supondré asimismo que el medio construido puede dividirse conceptualmente en componentes del capital fijo que se utilizan en la producción (fábricas, carreteras, vías férreas, oficinas, etc.) y componentes del fondo de consumo que se utilizan en el consumo (casas, vías públicas, parques, aceras, etc.). Algunos de estos elementos, como por ejemplo las vías públicas y el alcantarillado, pueden funcionar como capital fijo o como parte del fondo de consumo, según el uso que se haga de ellos.
En este artículo me limitaré a considerar la estructura del conflicto según se plantea en relación con la utilización del fondo de consumo por los trabajadores, prescindiendo de cómo emplean el capital fijo en el proceso inmediato de producción. Creo que un análisis de este aspecto de la lucha de clases arrojará mucha luz sobre los espinosos problemas que envuelven la relación entre los conflictos y movimientos urbanos y de barrio, por una parte, y los conflictos laborales y las organizaciones de base profesional por otra. En pocas palabras, espero ser capaz de arrojar alguna luz sobre la posición y la experiencia de la clase obrera tanto con respecto a las formas de vida como de trabajo en el desarrollo histórico de aquellos que actualmente suelen considerarse como países capitalistas “avanzados”. Los ejemplos procederán de los Estados Unidos y de Gran Bretaña. Conviene hacer algunas observaciones preparatorias sobre el tema general que va a tratarse.
La dominación del capital sobre el trabajo es fundamental para el modo de producción capitalista: al fin y al cabo, sin ella no podría haber apropiación de plusvalía y cesaría la acumulación. De ello se derivan consecuencias de todo orden, y sólo teniéndolo presente puede comprenderse la relación entre la clase obrera y el medio construido. Quizás el hecho concreto más importante sea que el capitalismo industrial, mediante la reorganización del proceso de trabajo y el advenimiento del sistema fabril, ha provocado la separación entre lugar de trabajo y lugar de reproducción y de consumo. La necesidad de reproducir la fuerza de trabajo se traslada pues a un conjunto específico de actividades de producción y de consumo dentro de la familia –una economía doméstica que para funcionar eficazmente demanda valores de uso en forma de medio construido.
Las necesidades de la clase obrera han cambiado históricamente, y se satisfarán en parte mediante trabajo realizado dentro del hogar y en parte cambiando en el mercado los salarios recibidos por mercancías producidas. La demanda de mercancías por parte de la clase obrera dependerá de la proporción entre productos de la economía doméstica y compras en el mercado, así como de las consideraciones morales, históricas y ambientales que determinan el nivel de vida de los trabajadores. En el ámbito de las mercancías, la clase obrera puede modificar, con su organización y a través de la lucha de clases, la definición de las necesidades y hacer que incluyan niveles “razonables” de alimentación, atención sanitaria, vivienda, educación, esparcimiento y diversión, etc. Desde el punto de vista del capital, la acumulación exige una expansión constante del mercado para sus productos, lo cual supone la creación de nuevas aspiraciones y necesidades sociales y la organización de un “consumo racional” por parte del proletariado. La última condición sugiere en el plano teórico algo que es observable históricamente: que la economía doméstica debe contraerse sin cesar ante la expansión de la producción capitalista de mercancías. La acumulación por la acumulación y la producción por la producción, que conjuntamente empujan al capitalista, suponen por lo tanto una creciente integración del consumo de los trabajadores en el sistema de producción y de intercambio capitalista de mercancías.
La separación ente lugar de trabajo y lugar de residencia significa que la lucha de los trabajadores para controlar las condiciones sociales de su propia existencia se bifurca en dos combates aparentemente distintos. El primero de ellos, localizado en el lugar de trabajo, se refiere a las condiciones de trabajo y al nivel de salarios que determina la capacidad de adquirir bienes de consumo. El segundo combate se libra en el lugar de residencia contra las formas secundarias de explotación y de apropiación que son el capital comercial, la propiedad del suelo, etc. Es un combate en torno a los costos y a las condiciones de existencia en el lugar de residencia. Sobre este segundo tipo de combate vamos a centrarnos aquí, reconociendo, desde luego, que la dicotomía entre vivir y trabajar es una división artificial impuesta por el sistema capitalista.

La clase obrera frente a propietarios y a constructores
Los trabajadores necesitan un espacio para vivir. El suelo es pues una condición de existencia para el proletariado, de modo semejante a como para el capital es una condición de la producción. El sistema de propiedad privada que desposee a los trabajadores de la tierra en cuanto condición para la producción sirve asimismo para privarles del suelo en cuanto condición de existencia. Como señala Marx, “el poder inmenso que esta forma de propiedad territorial supone cuando se combina en las mismas manos con el capital industrial… permite a éste, en la lucha en torno al salario, desahuciar prácticamente al obrero de la tierra como su morada”. Además del espacio en su calidad de condición básica de existencia, nos interesan aquí la vivienda, el transporte (al lugar de trabajo y a los servicios públicos), lugares de recreo y servicios públicos, y el conjunto de recursos que forman parte del medio global en el que viven los trabajadores. Algunos de esos elementos pueden ser de propiedad privada (la vivienda es el más importante de ellos), mientras que otros deben utilizarse en común (aceras) y en algunos casos, como el sistema de transporte, también el capital hace uso de ellos. La necesidad que la clase obrera tiene de estos elementos la enfrenta tanto con la propiedad del suelo y la apropiación de renta como con los intereses ligados a la construcción que pretenden sacar provecho de la producción de tales mercancías. El costo y la calidad de estos elementos inciden sobre el nivel de vida del proletariado. Este, al tratar de protegerlo y de mejorarlo, emprende una serie de batallas defensivas en el lugar de residencia en torno a cuestiones diversas relacionadas con la creación, la administración y el control del medio construido. No es difícil hallar ejemplos de conflictos provocados por los abusos de los propietarios en materia de alquileres, la especulación en el mercado de viviendas, la ubicación de instalaciones “malsanas”, la inflación de costos en la construcción, la inflación de los costos de mantenimiento de una infraestructura urbana en deterioro, la congestión, la falta de acceso a oportunidades de empleo y a servicios, la construcción de carreteras y la renovación urbana, la “calidad de vida” y cuestiones de tipo estético: la lista parece casi interminable.
Los conflictos que giran en torno al medio construido presentan ciertas características peculiares, ya que el poder monopolístico que se deriva de la existencia de la propiedad privada no sólo faculta para la apropiación de renta sino que confiere a los propietarios un “monopolio natural” sobre el espacio. El carácter fijo e inmóvil del medio construido implica la producción y el uso de mercancías en condiciones de competencia espacial monopolística con importantes “externalidades” y efectos de “vecindad”. Muchos de los enfrentamientos que se registran están motivados por estas “externalidades”: el valor de una vivienda concreta viene determinado en parte por la categoría de las viviendas circundantes, por lo que cada propietario tiene gran interés en procurar que el barrio en conjunto esté bien conservado. En la teoría burguesa, la apropiación de renta y la negociación de títulos de propiedad emiten indicaciones (en forma de precios) para la producción de nuevas mercancías de tal forma que a través del mecanismo del mercado puede lograrse una asignación “racional” del suelo para sus diversos usos. Pero debido a la penetración de influencias portadoras de “externalidades” y al carácter consecutivo en el tiempo de la urbanización y la ocupación, estas indicaciones concretas en precios sufren graves distorsiones de todo orden. A consecuencia de ello aparecen toda una serie de oportunidades para que propietarios, constructores, promotores, especuladores e incluso particulares obtengan beneficios excepcionales y rentas de monopolio. De ahí que los conflictos internos en el seno de una clase o capa social sean tan corrientes como los conflictos entre clases y capas sociales.
Pero lo que aquí nos interesa es sobre todo la estructura del conflicto triangular entre la clase obrera, los apropiadores de renta y los intereses ligados a la construcción. Fijémonos, por ejemplo, en el enfrentamiento directo entre trabajadores y propietarios en torno al costo y la calidad de la vivienda. Lo normal es que los propietarios empleen todo el poder de que disponen para hacer rendir al máximo el capital en viviendas que poseen, y seguirán una estrategia encaminada a maximizar la tasa de rendimiento de su capital en las condiciones existentes. Si esta tasa es muy alta, entonces nuevos capitales acudirán probablemente al sector de la propiedad inmobiliaria, y si es muy baja se producirá seguramente desinversión y abandono. La clase obrera tratará de limitar la apropiación de renta y de conseguir alojamientos de calidad razonable mediante estrategias diversas –por ejemplo, desplazándose hacia donde la vivienda sea más barata, o imponiendo controles de alquileres y códigos de la vivienda. La resolución de esta lucha está muy condicionada por la fuerza política y económica relativa de ambos grupos, las circunstancias de oferta y demanda que se dan en un momento y lugar determinados, y las opciones a que cada grupo puede recurrir.
El enfrentamiento se convierte en tridimensional si tomamos en consideración el hecho de que la capacidad de los propietarios para obtener rentas de monopolio sobre las viviendas antiguas está limitada en parte por la capacidad de los constructores para introducirse en el mercado y crear nuevas viviendas a costos más bajos. En definitiva sobre el precio de las viviendas antiguas influyen mucho los costos de producción de otras nuevas. Si el proletariado puede utilizar su fuerza política para conseguir subvenciones estatales para la construcción, entonces este nuevo desarrollo artificialmente estimulado tenderá a deprimir la tasa de apropiación de renta sobre los recursos existentes. Por el contrario, si los propietarios pueden oponerse a nuevas edificaciones (por ejemplo, incrementando mucho los costos del suelo), o si, por alguna razón, existen trabas a las mismas (en Gran Bretaña, los procedimientos de autorización de proyectos tienen una función bien caracterizada en este sentido), entonces puede elevarse la tasa de apropiación de renta. Por otra parte, cuando los trabajadores consiguen frenar la tasa de apropiación de renta mediante controles directos de alquileres, entonces caen los precios de las viviendas de alquiler, desaparecen los incentivos para nuevas edificaciones y se registra escasez. Estos son los tipos de conflicto y las estrategias de coalición que cabe esperar en tales situaciones.
Pero el “monopolio natural” inherente al espacio hace que la estructura del conflicto sea más compleja. Por ejemplo, el poder del monopolio del proletariado se encuentra parcialmente alterado si los trabajadores pueden evitar el verse atados a la vecindad inmediata al lugar del trabajo. La apropiación de renta a partir de la vivienda es muy sensible a los cambios en los transportes. La capacidad de efectuar mayores desplazamientos hasta el lugar de trabajo depende en parte de nivel de salarios (que permite al trabajador pagar los viajes), de la duración de la jornada de trabajo (que da al trabajador tiempo para sus desplazamientos) y de los costos y la disponibilidad de los medios de transporte. Por ejemplo, el auge de la construcción de suburbios obreros en Londres a fines del s. XIX puede explicarse en buena medida por la aparición de los ferrocarriles, el establecimiento de tarifas reducidas especiales para trabajadores y la disminución de la jornada de trabajo, que liberaron a una parte por lo menos de la clase obrera de la necesidad de vivir en sitios desde los cuales pudiera irse a pie al lugar de trabajo. La tasa de apropiación de renta tuvo pues que disminuir en las viviendas próximas a los centros de trabajo. Otros ejemplos del mismo fenómeno son los streetcar suburbs de las ciudades americanas y los barrios obreros de la actualidad, basados en la energía barata y el automóvil. Mediante la presión a favor de formas de transporte nuevas y baratas, los trabajadores pueden eludir la reclusión geográfica y reducir de este modo la capacidad de los propietarios de áreas ventajosamente localizadas de obtener rentas de monopolio. Por supuesto que los problemas derivados de la reclusión espacial todavía subsisten en los actuales ghettos para pobres, ancianos, minorías oprimidas, etc. Para estos grupos las comunicaciones constituyen todavía un problema importante.
La lucha para eliminar la expoliación inmediata por parte del proletariado y la incesante batalla para contener el costo de la vida explican en gran parte la actitud que adopta la clase obrera frente a la distribución, las cantidades y las calidades de todos los elementos del medio construido. Servicios públicos, oportunidades de distracción, lugares de esparcimiento, transportes, etc., son otros tantos motivos de disputa. Pero subyace a todas estas preocupaciones inmediatas un conflicto más hondo en torno al significado mismo del medio construido como conjunto de valores de uso para la clase obrera.
Los productores del medio edificado, en el pasado como en la actualidad, ofrecen a los obreros una gama limitada de condiciones de alojamiento donde elegir. Si los recursos con que la clase obrera puede ejercer su demanda efectiva son escuálidos, entonces tendrá que contentarse como lo que sea –por ejemplo, casas de vecindad mal construidas, angostas y con pésimos servicios–. Con una demanda efectiva creciente, la clase obrera tiene fuerza para elegir entre una gama más amplia y, como consecuencia de ello, empiezan a plantearse los problemas relativos a la “calidad de la vida” general. El capital en general y aquella fracción del mismo que produce el medio construido procuran definir la calidad de la vida para la clase obrera en términos de mercancías que puedan producirse con beneficio en un emplazamiento determinado. La clase obrera, por su parte, define la calidad de la vida exclusivamente en términos de valores de uso, y en este proceso puede apelar a concepciones básicas y fundamentales sobre lo que debe considerarse como humano. Con frecuencia la producción para el beneficio y la producción para el uso resultan incompatibles entre sí. Por ello el capitalismo, para sobrevivir, necesita que el capital domine a la clase obrera no sólo en el proceso de trabajo sino también en la definición misma de la calidad de la vida en la esfera del consumo. La producción, explicó Marx, no sólo produce consumo; produce asimismo el modo de consumo y, desde luego, el fondo de consumo para la clase obrera no es más que eso. Por este motivo el capital en general no puede permitirse que el resultado de los conflictos en torno al medio construido venga determinado simplemente por la fuerza relativa de la clase obrera, los apropiadores de renta y los intereses ligados a la construcción. De vez en cuando necesita poner todo su peso en la balanza para forzar resultados que sean favorables a la reproducción del orden social capitalista.

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jueves, 22 de abril de 2010

Modelos de distribución espacial

Os presento una presentación con algunos ejemplos referidos a los modelos de distribución espacial más conocidos dentro de la Geografía Cuantitativa. Se trata, en la mayor parte de los casos, de casos prácticos en diferentes obras geográficas, para que puedan valorarse en relación con lo expuesto de manera teórica.
Si hacéis clic en el botón Menú de la presentación, puede verse a pantalla completa.

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