lunes, 30 de noviembre de 2009

Comentario de texto: Ritter

“La organización del espacio en la superficie del Globo y su función en el desarrollo histórico”
Examinemos un globo terrestre. Por muy grande que sea, no puede aparecernos más que como una miniaturización y una representación imperfecta del modelado externo de nuestro planeta. Sin embargo, su perfecta esfericidad, que contiene tanta diversidad, no deja de ejercer una profunda influencia sobre nuestra imaginación y nuestro espíritu. Lo que nos sorprende al observar un globo terrestre es la arbitrariedad que preside la distribución de las extensiones de agua y de tierra. No hay espacios matemáticos, ninguna construcción lineal o geométrica, ninguna sucesión de líneas rectas, ningún punto; sólo la red matemática establecida a partir de la bóveda celeste nos permite medir artificialmente una realidad inaprehensible: los propios polos no son más que puntos matemáticos definidos en función de la rotación de la Tierra y cuya realidad se nos escapa todavía. No hay simetría en el conjunto arquitectónico de este Todo terrestre, nada que lo empariente en este sentido con los edificios construidos por la mano del hombre o con el mundo vegetal y animal, cuyos organismos presentan, tanto en los vegetales como en los animales y en el hombre, una base y una cúspide, una derecha y una izquierda. Sí, este Todo terrestre perfectamente asimétrico, al no obedecer aparentemente a ninguna regla y ser difícil de captar como un conjunto, nos deja una impresión extraña y nos vemos obligados a utilizar diversos métodos de clasificación para borrar la idea de caos que de él se desprende. Por eso han interesado más hasta ahora sus partes constitutivas que su apariencia global, y los compendios de geografía se han dedicado fundamentalmente a describir sus partes. Habiéndose contentado hasta ahora con describir y clasificar someramente las diferentes partes del Todo, la geografía no ha podido, en consecuencia, ocuparse de las relaciones y de las leyes generales, que son las que únicamente pueden convertirla en una ciencia y darle su unidad.


Aunque la Tierra, como planeta, sea muy diferente de las representaciones a escala reducida que de ella conocemos y que no nos dan más que una idea simbólica de su modelado, hemos tenido que acudir a esas miniaturizaciones artificiales del globo terrestre para crear un lenguaje abstracto que nos permitiese hablar de ella como un Todo. Así es, en efecto, y no inspirándonos directamente en la realidad terrestre, como hemos podido elaborar la terminología de las relaciones espaciales. Sin embargo, teniendo en cuenta que la red matemática proyectada sobre la Tierra a partir de la bóveda celeste se ha convertido así en el elemento determinante, esta terminología ha permanecido hasta ahora incompleta y no permite actualmente una aproximación científica a un conjunto estructurado considerado en sus extensiones horizontales y verticales o en sus funciones.
Existe una diferencia fundamental entre las obras de la naturaleza y las creaciones del hombre: por bellas, simétricas o acabadas que estas últimas puedan parecer, un examen atento revelará su falta de cohesión y su tosca trama. El tejido más fino, el reloj más elegante, el más hermoso cuadro, el pulido más liso del mármol o de los metales nos reservaría, visto al microscopio, semejante sorpresa. Inversamente, la asimetría y la apariencia informe de las obras de la naturaleza desaparecen con un examen profundo. La lupa del microscopio hace surgir en la tela de una araña, en la estructura de una célula vegetal, en el aparato circulatorio de los animales, en la estructura cristalina y molecular de los minerales, elementos y conjuntos de una textura siempre más fina. Pero las obras de la naturaleza y las creaciones del hombre difieren también por la amplitud y el carácter que se trasluce en su composición y en sus funciones. En efecto, las investigaciones efectuadas en fisiología han revelado la existencia de una relación entre las fuerzas de la naturaleza; han permitido descubrir sistemas y leyes naturales a los que la química, la física, la óptica y la mecánica deben especialmente su existencia.
¿No deberíamos volver a encontrar esta diferencia en el caso del mayor cuerpo natural que conoce-mos, es decir, nuestro planeta, aunque es cierto que no lo conocemos más que superficialmente... y su superficie modelada por las fuerzas ciegas de la naturaleza parece deber su apariencia actual y tan extraña al azar y al desarrollo arbitrario de las aguas y de las tierras? Pero ¿cómo conciliar esta aprehensión global de nuestro planeta con lo que sabemos de todo lo que en él vive, pueblos y demás; con lo que conocemos de la aventura humana que en él se ha desarrollado, y cómo conseguirlo si concebimos el globo como el lugar y la morada que ha ofrecido al hombre, durante el tiempo de su paso por la Tierra, el marco necesario para desarrollarse?
Toda planta quiere tener y encuentra un suelo propicio para florecer y dar frutos. Toda criatura, para prosperar, ha de vivir en su elemento. ¿Será el hombre una excepción y será el único en vivir en un medio modelado por fuerzas ciegas que acosan la tierra, las aguas y los aires, teniendo en cuenta que ha asegurado su supervivencia durante milenios? Aun reconociendo su gran riqueza y diversidad formal, por considerar la Tierra, ese cuerpo inorgánico, como un todo rígido que ha aparecido en nuestro sistema para permanecer inmutable, ¿habría que inducir que no está en condiciones de procurar a nuestra especie lo que necesita para desarrollarse; habría que admitir que, contrariamente a todas las criaturas que alberga, sólo la Tierra está desprovista de esa fuerza creadora que engendra una fuerte estructura interna? Todo nos lleva a no buscar en el presente la imagen de la eternidad, a no confundir apariencia y esencia, las impresiones que obtenemos de una cosa o de un fenómeno y la realidad de esa cosa o de ese fenómeno, a no interpretar las leyes naturales establecidas como construcciones lógicas de nuestro intelecto, sino a considerarlas como un feliz descubrimiento de un mundo fenoménico que nos rodea y que todavía no habíamos logrado dilucidar. La génesis de ese enjambre de estrellas que constituyen las nebulosas planetarias, el estudio de la formación de los vientos se cuentan entre las cosas que nos han enseñado a no tachar de incoherente el desorden aparente del mundo que nos rodea.
En efecto, cuanto más avanzamos en el conocimiento de la distribución espacial en la superficie del globo terrestre y cuanto más nos interesamos, más allá de su desorden aparente, en la relación interna de sus partes, más simetría y armonía descubrimos en él, y en mayor medida las ciencias naturales y la historia pueden ayudarnos a comprender la evolución de las relaciones espaciales. Si, gracias a la determinación astronómica de los lugares, a la geodesia, a la hidrografía, a la geología, a la meteorología y a la física, han podido realizarse hasta ahora grandes progresos en materia de orden espacial, queda todavía mucho por hacer y podemos esperar conseguirlo mediante la intervención en el estudio de las relaciones espaciales de nuestros conocimientos relativos a la historia de los hombres y de los pueblos y a la distribución local de los productos de los tres reinos de la naturaleza.

(...)

Los comentarios que hemos hecho anteriormente sobre las dimensiones horizontales de los continentes nos dispensan de estudiar más detenidamente los detalles de sus relaciones. Basta con recordar aquí que, en los tres continentes del Viejo Mundo, la forma de África, de Asia y de Europa han determinado para cada uno de ellos tres tipos de relaciones dimensionales. El carácter uniforme que adquieren en África (el mismo largo y el mismo ancho en longitud y en latitud) se opone fundamentalmente al que asumen en Europa. Aquí, en efecto, la longitud este-oeste del continente equivale a dos o tres veces su anchura, que decrece sucesivamente desde la base del triángulo adosada a Asia hasta su vértice orientado hacia el Atlántico. Si África, ese cuerpo compacto y replegado sobre sí mismo, está desprovista de toda articulación, el corazón del continente asiático, igual de macizo pero más potente, es menos penetrable; al este y al sur se encuentra además muy finamente articulado. Europa, por su parte, se abre en todas las direcciones; no sólo al sur y al oeste, sino hacia el norte y hacia el interior mismo de las tierras cuyas ramificaciones han tenido tanta importancia como la que tuvo el núcleo central respecto al desarrollo del proceso de civilización. Teniendo en cuenta la menor superficie de las tierras y la mayor riqueza natural de los miembros aislados, en este caso la civilización ha podido penetrar, en efecto, en el interior de las tierras. El cuerpo más recogido de Asia no se abre en todas partes a los mares como el de Europa. Los mares no penetran allí en el interior de las tierras, aunque las hienden profundamente al este y al sur. No consiguen, pues, como en Europa, instaurar un equilibrio entre diferentes formas que se interpenetran. Así es como el amplio núcleo central de este individuo terrestre que es Asia (y que se asemeja desde este punto de vista a la masa compacta del conjunto de África) se ha encontrado privado de las ventajas inherentes a sus articulaciones y de sus efectos. Si es hacia el sur donde la periferia de Asia está mejor articulada, es hacia el norte donde lo está menos, con las ventajas y los inconvenientes que esto implica. Aunque abarque una superficie igual a la mitad de la de Europa, los miembros siguen siendo aquí mucho menos importantes que el cuerpo compacto y potente que ha conseguido frenar la evolución de la civilización en el conjunto del continente. Los pueblos de la periferia que habían alcanzado un desarrollo superior han permanecido, en efecto, aislados en sus sistemas peninsulares.
Si el núcleo central del continente asiático se ha mantenido, por tanto, como la patria monótona de los pueblos nómadas, sus antepaíses, sus penínsulas articuladas y privilegiadas por la naturaleza —pensamos ahora en China, en Indochina, las Indias, Arabia, Asia Menor y sus subdivisiones— han constituido individualidades físicas y humanas. Estas, sin embargo, no han sido capaces de propagar su civilización en el interior del continente.
Al ser las costas africanas periféricas poco articuladas, son más cortas que las de los demás continentes. De ahí la pobreza de los contactos entre el mar y el interior de las tierras y la dificultad de acceso al corazón del continente. Las condiciones naturales y humanas han negado al cuerpo inarticulado de África toda individualización. Teniendo en cuenta que aquí los diversos extremos se sitúan a igual distancia del interior de las tierras, como la situación astronómica del continente a un lado y otro del ecuador hace que los contrastes climáticos se repartan regularmente en las zonas tropicales y subtropicales, todos los fenómenos característicos de este individuo terrestre, que constituye el verdadero Sur de la Tierra y donde culmina el mundo tropical, han conservado un carácter uniforme y sin embargo particular. Esto es lo que explica que el estado primitivo y patriarcal en el que viven los pueblos de este continente haya permanecido al margen de los progresos y del tiempo, que África parezca obligada a ofrecer todavía durante milenios asilo a la elaboración de un futuro desconocido. Esta tierra presa del inmovilismo no conoce efectivamente más que desarrollos colectivos. Las plantas, los animales, los pueblos y los hombres no evolucionan individualmente. Se encuentran palmeras y camellos en los extremos norte y sur, este y oeste de la tierra africana. La raza negra, que constituye aquí la principal población autóctona, está dispersa en todas las direcciones. Al igual que el continente, no ha conocido más que una evolución colectiva y somera que no ha favorecido en absoluto la aparición de culturas, de Estados, de pueblos y de seres fuertemente individualizados. Los diversos dialectos hablados por estas poblaciones negras convergen finalmente en una fuente lingüística común. En este sentido, sólo estrechas bandas costeras repartidas discontinuamente en las regiones más favorecidas del continente constituyen una excepción. Pero esta situación privilegiada procede la mayor parte de las veces de aportaciones exteriores.
Aunque no es más que parcialmente esférico, el extraordinario desarrollo costero de Asia ha engendrado un mundo de fenómenos completamente diferentes. Los miembros articulados del continente poseen aquí, en todas partes, una individualidad propia. Aislados del resto del continente, pero comunicados entre sí por el mar, han sido diversamente configurados en su totalidad por la naturaleza, sus montañas, sus valles, sus ríos, sus mares, sus vientos y sus productos. Sus propios pueblos y sus culturas los convierten en mundos aparte. Esto es lo que explica por lo demás el carácter fuertemente diferenciado de las individualidades constituidas por el mundo chino, malayo, hindú, persa, árabe, sirio y próximo oriental. Sin embargo, contrastando de forma sorprendente con el cuerpo del continente que ha permanecido replegado entre sí mismo, los progresos llevados a cabo por su civilización no han podido todavía influir o modificar la vida de los nómadas que circulan por aquél desde hace milenios, esos pueblos cuyos antepasados debieron dispersarse en los amplios espacios occidentales y que llamamos hoy mongoles, turcomanos, kirguises, bukaros (uzbekos), kalmukos y demás. Menos aún han podido alcanzar el norte del continente, que, a pesar del aspecto espectacular de los fenómenos típicamente orientales que se manifiestan en su inmenso territorio, se encuentra desprovisto de esa armoniosa unidad que proporciona una civilización adquirida en común. [...]
A la riqueza inagotable de las relaciones naturales en esta parte del Globo, corresponde la diversidad de las relaciones humanas. Aunque desde el comienzo de las grandes migraciones este continente haya suministrado a sus vecinos contingentes de población, nunca ha agotado sus recursos huma-nos. Al contrario, siempre ha estado abundantemente provisto de pueblos de raza, de talla y de color diferente, con modos de vida, nacionalidades, religiones, organización política, castas, Estados, civilizaciones, lenguas y etnias propias. Comparativamente y desde el comienzo de la historia de la humanidad, ningún otro continente ha podido mostrar semejante diversidad. Por eso Asia se encuentra en el origen de todas las civilizaciones humanas.
Europa es la amplia prolongación del Asia media. Según va, al alejarse, progresando hacia el oeste, desarrolla sus superficies con una autonomía creciente. Así, y con miembros proporcionalmente más importantes que el cuerpo, supera a su vecina oriental precisamente en el sentido de que, no constituyendo obstáculo ni en altura ni en anchura, el núcleo central no consigue aislar los miembros. Este individuo terrestre fuertemente compartimentado que es Europa ha podido, pues, conocer un desarrollo armónico y unificado que ha condicionado desde el comienzo su carácter civilizador y ha antepuesto la armonía de las formas a la fuerza de la materia. El menor de los continentes estaba así destinado a dominar a los más grandes. Así como Asia, continente que se extiende sobre las tres zonas climáticas, beneficiándose de notables dones naturales y con esencial predominio de las pesadas masas de tierra, estaba abocada desde su configuración a beneficiar con sus riquezas a los continentes vecinos sin empobrecerse por ello, Europa, continente circunscrito a la zona templada, finamente articulado, dotado de un relieve a escala humana y de formas continentales y marítimas que se interpenetran, estaba particularmente predispuesta, por no disponer ni de los extremos ni de las riquezas de aquélla, a acoger lo que le era extraño. La energía desplegada por sus pueblos industriosos para ordenar las condiciones locales la han hecho apta para utilizar sus dones planetarios de forma que ha producido una civilización humana caracterizada por la armonía misma que le confiere el hecho de ser un lugar de paso que garantiza a todos los demás pueblos del Globo la mejor de las acogidas. Si se sabe que la vocación, que se ha unido a la infinita riqueza de las formas a lo largo de la historia de esta parte del mundo que es Europa, se ha encontrado confirmada en la historia universal, es menos sabido que estaba en cierta forma inscrita en ella desde toda la eternidad; se ha atribuido el honor únicamente al hombre, en este caso el europeo, cuando sólo lo merece en parte. Para ser concisos, no destacaremos en la estructura básica de Europa más que tres de sus relaciones características: el desarrollo de sus costas, la articulación de sus tierras septentrionales, las islas que la rodean.
Desde el punto de vista de la relación de su desarrollo costero con su superficie, Europa es indiscutiblemente el mayor de los continentes. Si Asia, cuya superficie es cinco veces la de Europa, posee 7.000 millas (52.000 km.) de costas, África, con su superficie tres veces superior a la de Europa, no posee más que 3.800 (28.000 km.). Las 5.400 millas (40.000 km.) del litoral europeo alcanzan, por el contrario, una longitud igual a la del ecuador. Aunque situada en el corazón del universo terrestre, Europa, al dejar sus articulaciones que penetren todos los mares del Viejo Mundo, se beneficia del más rico contacto posible con el mundo marino. A esta cualidad de contacto se añaden una situación marítima privilegiada respecto al movimiento general de los mares y los vientos, y una abundancia de golfos y de puertos naturales cuya configuración, consecuencia lógica de la articulación del continente, ha favorecido el desarrollo del arte de la navegación, asegurándole así el dominio de los mares. Desde este punto de vista, es el archipiélago británico, con sus numerosos puertos y sus costas bien recortadas, el que actualmente ocupa el lugar que tuvo en el Mediterráneo y durante la antigüedad la Grecia peninsular en su época de plenitud. [...]
Finalmente, y en comparación con los demás continentes, las islas que rodean a Europa se distinguen por varios aspectos. Integradas, en tanto que islas costeras, al territorio continental, enriquecen, como verdaderas estaciones marítimas, las extensiones oceánicas satélites y dan más amplitud al Todo. Manteniendo con el cuerpo y los miembros del continente una relación de amplitud relativamente importante, han ofrecido grandes superficies favorables al establecimiento de conexiones entre los pueblos y las civilizaciones que han contribuido mucho no sólo a doblar la superficie de los espacios considerados, sino a intensificar su desarrollo. [...]
En los encadenamientos de causa a efecto que la Naturaleza y la Historia nos muestran se puede prever, puesto que el planeta parece tener una vocación más noble revelada por la continuidad histórica, una organización superior y que por lo demás no sería de naturaleza puramente física. Esta organización debe ser fundamentalmente diferente de la de los organismos naturales sustentados por el planeta, que se mueven en él y dotados de una existencia forzosamente más breve. Pues si los pensadores que contemplan la superficie aparentemente disimétrica y caótica de la Tierra se encuentran turbados por los resultados de su contemplación, ello no se debe a la ausencia de organización en las relaciones espaciales que pueden ser analizadas gracias a estudios más profundos. A pesar del desorden aparente en que se encuentra inmerso el Globo para un ojo inexperto, es en las diferencias entre superficies y formas donde reside el secreto del sistema interno y superior de organización planetaria que expresa una infinidad de fuerzas cuyos efectos invisibles están en interacción. Estas fuerzas, que influyen en la Naturaleza y en la Historia, actúan de una forma análoga a la actividad fisiológica que determina la vida de los organismos vegetales y animales.

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3 comentarios:

dani dijo...

“LA ORGANIZACIÓN DEL ESPACIO EN LA SUPERFICIE DEL GLOBO Y SU FUNCIÓN EN EL DESARROLLO HISTÓRICO”
IDEA PRINCIPAL
Ritter explica cómo influye la articulación de las costas en el desarrollo de los continentes.
RESUMEN BASICO
El autor comienza justificando su estudio por continentes con el fin de buscar un orden en la heterogeneidad de la Tierra para describir y analizar la articulación de las tierras en relación con su desarrollo para concluir con el determinismo de la naturaleza a las fuerzas físicas de la tierra.
COMENTARIO CRÍTICO
Ritter entiende que la geografía es una ciencia que estudia el planeta independientemente y sus relaciones con el hombre.
En este texto el objeto de estudio seria la forma de los continentes y la relación con la actividad humana. El método seria la comparación de un mismo fenómeno en distintos lugares con el objetivo de encontrar una ley u orden que explique las diferencias entre los distintos territorios.
El lenguaje es asequible y no aporta palabras que fueran novedosas para la jerga geográfica.
CRITICA PERSONAL
Para muchos autores Ritter es considerado como el padre de la geografía moderna y bien puede ser ya que, como se puede ver en este texto, nos muestra un análisis del medio físico muy relacionado con las distintas sociedades del área de estudio. Si algo hay que poner en su contra es su excesivo determinismo, proveniente de su gran devoción católica.

Manu dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Manu dijo...

4.- Ritter: la organización del espacio en la superficie del Globo, y su función en el desarrollo histórico.

En este texto, Ritter va a analizar el diverso grado de desarrollo de los distintos continentes del planeta, en función de la articulación de sus costas, tras una introducción sobre el “estado de la geografía”, forma de afrontar el estudio y el camino por recorrer.

Comienza explicando la importancia de abstraer en un globo terrestre la Tierra, aunque sea imperfecto, porque permite estudiar su red matemática y la distribución de sus puntos. Establece la importancia de la geometría y las relaciones matemáticas en el estudio de la corteza terrestre. Habla de la complejidad de realizar una proyección en un mapa. Critica a la Geografía por no haberse ocupado del Todo y las leyes generales, sino de las partes constitutivas de la realidad. Todo comienza con mayúscula, y es por la fuerte influencia cristiana en Ritter, que se traducirá en un sentimiento de finalidad, y un determinismo en la realidad que analiza como veremos. Contrapone la perfección de la obra de la naturaleza, pese a su apariencia imperfecta, a la imperfección de la obra humana pese a su apariencia perfecta, lo que también habla del ensalzamiento de la naturaleza, como vínculo con lo divino.

Para Ritter es fundamental abordar las cuestiones geográficas a escala planetaria, descubriendo los sistemas y leyes naturales. El planeta es para él, el marco y morada de las actividades humanas, dentro de su visión antropocéntrica de la naturaleza, en la que ésta existe porque el humano la observa.

Una vez finalizada esta demarcación previa, Ritter expone su teoría sobre la incidencia en la evolución de las sociedades, en función de la articulación marítima de los territorios sobre los que se asientan. El componente geométrico será determinante para Ritter. Analiza Europa, Asia y África. Comparará los tres continentes (al igual que en Humboldt, la comparación es muy importante). Para el autor, en un extremo de articulación estaría Europa, con unas costas serpenteantes que aseguraron la buena comunicación e interrelación comercial de los distintos territorios, y en el otro extremo África, con intercambios muy escasos debido a su costa escasa y a su gran extensión interior desarticulada. Esto implicaría que Europa, gracias a sus intercambios, haya generado mayor diversidad y desarrollo. Asia estaría como caso intermedio, con un sur y este bien articulado, pero con un interior nada articulado. Eso ha implicado para el autor, que haya fuertes civilizaciones, China, Indochina, Indias, Arabia y Asia Menor, que se han desarrollado y comunicado por mar, pero al no hallarse tan estrechamente articuladas, no han generado el mismo desarrollo. Además, el interior seguía estando compuesto por grupos nómadas.

El autor resume al final la teoría: en las diferencias entre superficies y formas es donde reside el secreto del sistema interno y superior de organización planetaria.

Tras la visión de Ritter, subyace un eurocentrismo muy fuerte, basado en el darwinismo social que impregnó la visión europea del S.XIX. Considera Europa un lugar de armonía, mientras África permanece presa del inmovilismo. Esto se traduce en la idea de determinismo del medio en la evolución y el avance de las sociedades. Para Ritter el desarrollo diferencial estaba ya escrito en el momento en el que se configuran los continentes, y la principal potencia del momento, Reino Unido, tuvo la suerte de estar en una zona con importantes golfos y puertos naturales. Habla de la historia para referirse a la Antigua Grecia, y su perfil costero, pero no tiene en cuenta la historia humana a la hora de establecer el desarrollo de las sociedades, lo cual, como explicarán otros autores, será un enfoque muy limitado.