lunes, 30 de noviembre de 2009

Comentario de texto: Ritter

“La organización del espacio en la superficie del Globo y su función en el desarrollo histórico”
Examinemos un globo terrestre. Por muy grande que sea, no puede aparecernos más que como una miniaturización y una representación imperfecta del modelado externo de nuestro planeta. Sin embargo, su perfecta esfericidad, que contiene tanta diversidad, no deja de ejercer una profunda influencia sobre nuestra imaginación y nuestro espíritu. Lo que nos sorprende al observar un globo terrestre es la arbitrariedad que preside la distribución de las extensiones de agua y de tierra. No hay espacios matemáticos, ninguna construcción lineal o geométrica, ninguna sucesión de líneas rectas, ningún punto; sólo la red matemática establecida a partir de la bóveda celeste nos permite medir artificialmente una realidad inaprehensible: los propios polos no son más que puntos matemáticos definidos en función de la rotación de la Tierra y cuya realidad se nos escapa todavía. No hay simetría en el conjunto arquitectónico de este Todo terrestre, nada que lo empariente en este sentido con los edificios construidos por la mano del hombre o con el mundo vegetal y animal, cuyos organismos presentan, tanto en los vegetales como en los animales y en el hombre, una base y una cúspide, una derecha y una izquierda. Sí, este Todo terrestre perfectamente asimétrico, al no obedecer aparentemente a ninguna regla y ser difícil de captar como un conjunto, nos deja una impresión extraña y nos vemos obligados a utilizar diversos métodos de clasificación para borrar la idea de caos que de él se desprende. Por eso han interesado más hasta ahora sus partes constitutivas que su apariencia global, y los compendios de geografía se han dedicado fundamentalmente a describir sus partes. Habiéndose contentado hasta ahora con describir y clasificar someramente las diferentes partes del Todo, la geografía no ha podido, en consecuencia, ocuparse de las relaciones y de las leyes generales, que son las que únicamente pueden convertirla en una ciencia y darle su unidad.


Aunque la Tierra, como planeta, sea muy diferente de las representaciones a escala reducida que de ella conocemos y que no nos dan más que una idea simbólica de su modelado, hemos tenido que acudir a esas miniaturizaciones artificiales del globo terrestre para crear un lenguaje abstracto que nos permitiese hablar de ella como un Todo. Así es, en efecto, y no inspirándonos directamente en la realidad terrestre, como hemos podido elaborar la terminología de las relaciones espaciales. Sin embargo, teniendo en cuenta que la red matemática proyectada sobre la Tierra a partir de la bóveda celeste se ha convertido así en el elemento determinante, esta terminología ha permanecido hasta ahora incompleta y no permite actualmente una aproximación científica a un conjunto estructurado considerado en sus extensiones horizontales y verticales o en sus funciones.
Existe una diferencia fundamental entre las obras de la naturaleza y las creaciones del hombre: por bellas, simétricas o acabadas que estas últimas puedan parecer, un examen atento revelará su falta de cohesión y su tosca trama. El tejido más fino, el reloj más elegante, el más hermoso cuadro, el pulido más liso del mármol o de los metales nos reservaría, visto al microscopio, semejante sorpresa. Inversamente, la asimetría y la apariencia informe de las obras de la naturaleza desaparecen con un examen profundo. La lupa del microscopio hace surgir en la tela de una araña, en la estructura de una célula vegetal, en el aparato circulatorio de los animales, en la estructura cristalina y molecular de los minerales, elementos y conjuntos de una textura siempre más fina. Pero las obras de la naturaleza y las creaciones del hombre difieren también por la amplitud y el carácter que se trasluce en su composición y en sus funciones. En efecto, las investigaciones efectuadas en fisiología han revelado la existencia de una relación entre las fuerzas de la naturaleza; han permitido descubrir sistemas y leyes naturales a los que la química, la física, la óptica y la mecánica deben especialmente su existencia.
¿No deberíamos volver a encontrar esta diferencia en el caso del mayor cuerpo natural que conoce-mos, es decir, nuestro planeta, aunque es cierto que no lo conocemos más que superficialmente... y su superficie modelada por las fuerzas ciegas de la naturaleza parece deber su apariencia actual y tan extraña al azar y al desarrollo arbitrario de las aguas y de las tierras? Pero ¿cómo conciliar esta aprehensión global de nuestro planeta con lo que sabemos de todo lo que en él vive, pueblos y demás; con lo que conocemos de la aventura humana que en él se ha desarrollado, y cómo conseguirlo si concebimos el globo como el lugar y la morada que ha ofrecido al hombre, durante el tiempo de su paso por la Tierra, el marco necesario para desarrollarse?
Toda planta quiere tener y encuentra un suelo propicio para florecer y dar frutos. Toda criatura, para prosperar, ha de vivir en su elemento. ¿Será el hombre una excepción y será el único en vivir en un medio modelado por fuerzas ciegas que acosan la tierra, las aguas y los aires, teniendo en cuenta que ha asegurado su supervivencia durante milenios? Aun reconociendo su gran riqueza y diversidad formal, por considerar la Tierra, ese cuerpo inorgánico, como un todo rígido que ha aparecido en nuestro sistema para permanecer inmutable, ¿habría que inducir que no está en condiciones de procurar a nuestra especie lo que necesita para desarrollarse; habría que admitir que, contrariamente a todas las criaturas que alberga, sólo la Tierra está desprovista de esa fuerza creadora que engendra una fuerte estructura interna? Todo nos lleva a no buscar en el presente la imagen de la eternidad, a no confundir apariencia y esencia, las impresiones que obtenemos de una cosa o de un fenómeno y la realidad de esa cosa o de ese fenómeno, a no interpretar las leyes naturales establecidas como construcciones lógicas de nuestro intelecto, sino a considerarlas como un feliz descubrimiento de un mundo fenoménico que nos rodea y que todavía no habíamos logrado dilucidar. La génesis de ese enjambre de estrellas que constituyen las nebulosas planetarias, el estudio de la formación de los vientos se cuentan entre las cosas que nos han enseñado a no tachar de incoherente el desorden aparente del mundo que nos rodea.
En efecto, cuanto más avanzamos en el conocimiento de la distribución espacial en la superficie del globo terrestre y cuanto más nos interesamos, más allá de su desorden aparente, en la relación interna de sus partes, más simetría y armonía descubrimos en él, y en mayor medida las ciencias naturales y la historia pueden ayudarnos a comprender la evolución de las relaciones espaciales. Si, gracias a la determinación astronómica de los lugares, a la geodesia, a la hidrografía, a la geología, a la meteorología y a la física, han podido realizarse hasta ahora grandes progresos en materia de orden espacial, queda todavía mucho por hacer y podemos esperar conseguirlo mediante la intervención en el estudio de las relaciones espaciales de nuestros conocimientos relativos a la historia de los hombres y de los pueblos y a la distribución local de los productos de los tres reinos de la naturaleza.

(...)

Los comentarios que hemos hecho anteriormente sobre las dimensiones horizontales de los continentes nos dispensan de estudiar más detenidamente los detalles de sus relaciones. Basta con recordar aquí que, en los tres continentes del Viejo Mundo, la forma de África, de Asia y de Europa han determinado para cada uno de ellos tres tipos de relaciones dimensionales. El carácter uniforme que adquieren en África (el mismo largo y el mismo ancho en longitud y en latitud) se opone fundamentalmente al que asumen en Europa. Aquí, en efecto, la longitud este-oeste del continente equivale a dos o tres veces su anchura, que decrece sucesivamente desde la base del triángulo adosada a Asia hasta su vértice orientado hacia el Atlántico. Si África, ese cuerpo compacto y replegado sobre sí mismo, está desprovista de toda articulación, el corazón del continente asiático, igual de macizo pero más potente, es menos penetrable; al este y al sur se encuentra además muy finamente articulado. Europa, por su parte, se abre en todas las direcciones; no sólo al sur y al oeste, sino hacia el norte y hacia el interior mismo de las tierras cuyas ramificaciones han tenido tanta importancia como la que tuvo el núcleo central respecto al desarrollo del proceso de civilización. Teniendo en cuenta la menor superficie de las tierras y la mayor riqueza natural de los miembros aislados, en este caso la civilización ha podido penetrar, en efecto, en el interior de las tierras. El cuerpo más recogido de Asia no se abre en todas partes a los mares como el de Europa. Los mares no penetran allí en el interior de las tierras, aunque las hienden profundamente al este y al sur. No consiguen, pues, como en Europa, instaurar un equilibrio entre diferentes formas que se interpenetran. Así es como el amplio núcleo central de este individuo terrestre que es Asia (y que se asemeja desde este punto de vista a la masa compacta del conjunto de África) se ha encontrado privado de las ventajas inherentes a sus articulaciones y de sus efectos. Si es hacia el sur donde la periferia de Asia está mejor articulada, es hacia el norte donde lo está menos, con las ventajas y los inconvenientes que esto implica. Aunque abarque una superficie igual a la mitad de la de Europa, los miembros siguen siendo aquí mucho menos importantes que el cuerpo compacto y potente que ha conseguido frenar la evolución de la civilización en el conjunto del continente. Los pueblos de la periferia que habían alcanzado un desarrollo superior han permanecido, en efecto, aislados en sus sistemas peninsulares.
Si el núcleo central del continente asiático se ha mantenido, por tanto, como la patria monótona de los pueblos nómadas, sus antepaíses, sus penínsulas articuladas y privilegiadas por la naturaleza —pensamos ahora en China, en Indochina, las Indias, Arabia, Asia Menor y sus subdivisiones— han constituido individualidades físicas y humanas. Estas, sin embargo, no han sido capaces de propagar su civilización en el interior del continente.
Al ser las costas africanas periféricas poco articuladas, son más cortas que las de los demás continentes. De ahí la pobreza de los contactos entre el mar y el interior de las tierras y la dificultad de acceso al corazón del continente. Las condiciones naturales y humanas han negado al cuerpo inarticulado de África toda individualización. Teniendo en cuenta que aquí los diversos extremos se sitúan a igual distancia del interior de las tierras, como la situación astronómica del continente a un lado y otro del ecuador hace que los contrastes climáticos se repartan regularmente en las zonas tropicales y subtropicales, todos los fenómenos característicos de este individuo terrestre, que constituye el verdadero Sur de la Tierra y donde culmina el mundo tropical, han conservado un carácter uniforme y sin embargo particular. Esto es lo que explica que el estado primitivo y patriarcal en el que viven los pueblos de este continente haya permanecido al margen de los progresos y del tiempo, que África parezca obligada a ofrecer todavía durante milenios asilo a la elaboración de un futuro desconocido. Esta tierra presa del inmovilismo no conoce efectivamente más que desarrollos colectivos. Las plantas, los animales, los pueblos y los hombres no evolucionan individualmente. Se encuentran palmeras y camellos en los extremos norte y sur, este y oeste de la tierra africana. La raza negra, que constituye aquí la principal población autóctona, está dispersa en todas las direcciones. Al igual que el continente, no ha conocido más que una evolución colectiva y somera que no ha favorecido en absoluto la aparición de culturas, de Estados, de pueblos y de seres fuertemente individualizados. Los diversos dialectos hablados por estas poblaciones negras convergen finalmente en una fuente lingüística común. En este sentido, sólo estrechas bandas costeras repartidas discontinuamente en las regiones más favorecidas del continente constituyen una excepción. Pero esta situación privilegiada procede la mayor parte de las veces de aportaciones exteriores.
Aunque no es más que parcialmente esférico, el extraordinario desarrollo costero de Asia ha engendrado un mundo de fenómenos completamente diferentes. Los miembros articulados del continente poseen aquí, en todas partes, una individualidad propia. Aislados del resto del continente, pero comunicados entre sí por el mar, han sido diversamente configurados en su totalidad por la naturaleza, sus montañas, sus valles, sus ríos, sus mares, sus vientos y sus productos. Sus propios pueblos y sus culturas los convierten en mundos aparte. Esto es lo que explica por lo demás el carácter fuertemente diferenciado de las individualidades constituidas por el mundo chino, malayo, hindú, persa, árabe, sirio y próximo oriental. Sin embargo, contrastando de forma sorprendente con el cuerpo del continente que ha permanecido replegado entre sí mismo, los progresos llevados a cabo por su civilización no han podido todavía influir o modificar la vida de los nómadas que circulan por aquél desde hace milenios, esos pueblos cuyos antepasados debieron dispersarse en los amplios espacios occidentales y que llamamos hoy mongoles, turcomanos, kirguises, bukaros (uzbekos), kalmukos y demás. Menos aún han podido alcanzar el norte del continente, que, a pesar del aspecto espectacular de los fenómenos típicamente orientales que se manifiestan en su inmenso territorio, se encuentra desprovisto de esa armoniosa unidad que proporciona una civilización adquirida en común. [...]
A la riqueza inagotable de las relaciones naturales en esta parte del Globo, corresponde la diversidad de las relaciones humanas. Aunque desde el comienzo de las grandes migraciones este continente haya suministrado a sus vecinos contingentes de población, nunca ha agotado sus recursos huma-nos. Al contrario, siempre ha estado abundantemente provisto de pueblos de raza, de talla y de color diferente, con modos de vida, nacionalidades, religiones, organización política, castas, Estados, civilizaciones, lenguas y etnias propias. Comparativamente y desde el comienzo de la historia de la humanidad, ningún otro continente ha podido mostrar semejante diversidad. Por eso Asia se encuentra en el origen de todas las civilizaciones humanas.
Europa es la amplia prolongación del Asia media. Según va, al alejarse, progresando hacia el oeste, desarrolla sus superficies con una autonomía creciente. Así, y con miembros proporcionalmente más importantes que el cuerpo, supera a su vecina oriental precisamente en el sentido de que, no constituyendo obstáculo ni en altura ni en anchura, el núcleo central no consigue aislar los miembros. Este individuo terrestre fuertemente compartimentado que es Europa ha podido, pues, conocer un desarrollo armónico y unificado que ha condicionado desde el comienzo su carácter civilizador y ha antepuesto la armonía de las formas a la fuerza de la materia. El menor de los continentes estaba así destinado a dominar a los más grandes. Así como Asia, continente que se extiende sobre las tres zonas climáticas, beneficiándose de notables dones naturales y con esencial predominio de las pesadas masas de tierra, estaba abocada desde su configuración a beneficiar con sus riquezas a los continentes vecinos sin empobrecerse por ello, Europa, continente circunscrito a la zona templada, finamente articulado, dotado de un relieve a escala humana y de formas continentales y marítimas que se interpenetran, estaba particularmente predispuesta, por no disponer ni de los extremos ni de las riquezas de aquélla, a acoger lo que le era extraño. La energía desplegada por sus pueblos industriosos para ordenar las condiciones locales la han hecho apta para utilizar sus dones planetarios de forma que ha producido una civilización humana caracterizada por la armonía misma que le confiere el hecho de ser un lugar de paso que garantiza a todos los demás pueblos del Globo la mejor de las acogidas. Si se sabe que la vocación, que se ha unido a la infinita riqueza de las formas a lo largo de la historia de esta parte del mundo que es Europa, se ha encontrado confirmada en la historia universal, es menos sabido que estaba en cierta forma inscrita en ella desde toda la eternidad; se ha atribuido el honor únicamente al hombre, en este caso el europeo, cuando sólo lo merece en parte. Para ser concisos, no destacaremos en la estructura básica de Europa más que tres de sus relaciones características: el desarrollo de sus costas, la articulación de sus tierras septentrionales, las islas que la rodean.
Desde el punto de vista de la relación de su desarrollo costero con su superficie, Europa es indiscutiblemente el mayor de los continentes. Si Asia, cuya superficie es cinco veces la de Europa, posee 7.000 millas (52.000 km.) de costas, África, con su superficie tres veces superior a la de Europa, no posee más que 3.800 (28.000 km.). Las 5.400 millas (40.000 km.) del litoral europeo alcanzan, por el contrario, una longitud igual a la del ecuador. Aunque situada en el corazón del universo terrestre, Europa, al dejar sus articulaciones que penetren todos los mares del Viejo Mundo, se beneficia del más rico contacto posible con el mundo marino. A esta cualidad de contacto se añaden una situación marítima privilegiada respecto al movimiento general de los mares y los vientos, y una abundancia de golfos y de puertos naturales cuya configuración, consecuencia lógica de la articulación del continente, ha favorecido el desarrollo del arte de la navegación, asegurándole así el dominio de los mares. Desde este punto de vista, es el archipiélago británico, con sus numerosos puertos y sus costas bien recortadas, el que actualmente ocupa el lugar que tuvo en el Mediterráneo y durante la antigüedad la Grecia peninsular en su época de plenitud. [...]
Finalmente, y en comparación con los demás continentes, las islas que rodean a Europa se distinguen por varios aspectos. Integradas, en tanto que islas costeras, al territorio continental, enriquecen, como verdaderas estaciones marítimas, las extensiones oceánicas satélites y dan más amplitud al Todo. Manteniendo con el cuerpo y los miembros del continente una relación de amplitud relativamente importante, han ofrecido grandes superficies favorables al establecimiento de conexiones entre los pueblos y las civilizaciones que han contribuido mucho no sólo a doblar la superficie de los espacios considerados, sino a intensificar su desarrollo. [...]
En los encadenamientos de causa a efecto que la Naturaleza y la Historia nos muestran se puede prever, puesto que el planeta parece tener una vocación más noble revelada por la continuidad histórica, una organización superior y que por lo demás no sería de naturaleza puramente física. Esta organización debe ser fundamentalmente diferente de la de los organismos naturales sustentados por el planeta, que se mueven en él y dotados de una existencia forzosamente más breve. Pues si los pensadores que contemplan la superficie aparentemente disimétrica y caótica de la Tierra se encuentran turbados por los resultados de su contemplación, ello no se debe a la ausencia de organización en las relaciones espaciales que pueden ser analizadas gracias a estudios más profundos. A pesar del desorden aparente en que se encuentra inmerso el Globo para un ojo inexperto, es en las diferencias entre superficies y formas donde reside el secreto del sistema interno y superior de organización planetaria que expresa una infinidad de fuerzas cuyos efectos invisibles están en interacción. Estas fuerzas, que influyen en la Naturaleza y en la Historia, actúan de una forma análoga a la actividad fisiológica que determina la vida de los organismos vegetales y animales.

Texto en formato doc

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jueves, 19 de noviembre de 2009

Recordatorio

El comentario del texto de Humboldt se realizará el jueves 26 de noviembre, en el horario habitual.

Ya está disponible en la web de la asignatura.

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miércoles, 18 de noviembre de 2009

Comentario: Humboldt

Cosmos. Ensayo de una Descripción Física del Mundo

Consideraciones sobre los diferentes grados de goce que ofrecen el aspecto de la Naturaleza y el estudio de sus leyes

Si se considera el estudio de los fenómenos físicos no en sus relaciones con las necesidades materiales de la vida, sino en su influencia general sobre los progresos intelectuales de la humanidad, el más elevado e importante resultado de esta investigación es el conocimiento de la conexión que existe entre las fuerzas de la Naturaleza y el sentimiento íntimo de su mutua dependencia. La intuición de estas relaciones es la que amplía nuestras perspectivas y ennoblece nuestros goces. Este ensanche de horizontes es resultado de la observación, de la meditación y del espíritu del tiempo en el que se concentran todas las direcciones del pensamiento. La historia revela a todo el que sabe penetrar a través de las capas de los siglos precedentes hasta las raíces profundas de nuestros conocimientos cómo, desde hace miles de años, el género humano ha trabajado por conocer, en las mutaciones incesantemente renovadas, la invariabilidad de las leyes naturales y por conquistar progresivamente una gran parte del mundo físico por la fuerza de la inteligencia. Interrogar los anales de la historia es seguir esta senda misteriosa, sobre la cual la imagen del Cosmos, revelada primitivamente al sentido interior como un vago presentimiento de la armonía y del orden del Universo, se ofrece hoy como fruto de largas y serias observaciones.
A estas dos épocas en la consideración del mundo exterior, al primer destello de la reflexión y al período de civilización avanzada, corresponden dos géneros de goces.



El uno, propio de la sencillez primitiva de las antiguas edades, nace de la percepción del orden expresado por la regular sucesión de los cuerpos celestes y el desarrollo progresivo de la organización; el otro, resulta del exacto conocimiento de los fenómenos. Desde el momento en que el hombre, al interrogar a la Naturaleza, no se limita a la observación, sino que genera fenómenos bajo determinadas condiciones, desde que recoge y registra los hechos para extender su investigación más allá de la corta duración de su existencia, la Filosofía de la Naturaleza se despoja de las formas vagas que desde su origen le caracterizan; adopta un carácter más serio, compulsa el valor de las observaciones, ya no adivina, combina y razona. Las afirmaciones dogmáticas de los siglos anteriores se conservan sólo en las creencias del pueblo y de las clases que, por su falta de ilustración, se aproximan a él, y se perpetúan sobre todo en algunas doctrinas que se cubren con una apariencia mística para ocultar su debilidad. Los lenguajes recargados de expresiones figuradas conservan los rasgos de estas primeras intuiciones. Un reducido número de símbolos, producto de una feliz inspiración en tiempos primitivos, es capaz de ir tomando formas vagas y, mejor interpretados, llegar a incorporarse incluso en el lenguaje científico.
La Naturaleza, considerada por medio de la razón, es decir, sometida en su conjunto a la acción del pensamiento, es la unidad en la diversidad de los fenómenos, la armonía entre las cosas creadas que difieren por su forma, por su constitución y por las fuerzas que las animan; es el Todo animado por un soplo de vida. La consecución más importante de un estudio racional de la Naturaleza es aprehender la unidad y la armonía que existen en esta acumulación de cosas y fuerzas; asumir con el mismo interés tanto los resultados de los descubrimientos de los pasados siglos como lo que se debe a las investigaciones de los tiempos en que se vive y analizar los caracteres de los fenómenos sin sucumbir bajo su masa. Penetrando en los misterios de la Naturaleza, descubriendo sus secretos y dominando por la acción del pensamiento los materiales recogidos mediante la observación, es como el hombre puede mostrarse más digno de su alto destino.
[...]
No se trata en este ensayo de la Física del Mundo de reducir el conjunto de los fenómenos sensibles a un pequeño número de principios abstractos, sin más base que la razón pura. La Física del Mundo que intento exponer no pretende elevarse a las peligrosas abstracciones de una ciencia puramente racional de la Naturaleza; es una Geografía Física unida a la descripción de los espacios celestes y de los cuerpos que se encuentran en dichos espacios. Ajeno a las preocupaciones de la Filosofía puramente especulativa, mi ensayo sobre el Cosmos es una consideración del Universo fundada en un empirismo razonado, es decir, sobre un conjunto de hechos registrados por la ciencia y sometido a la acción de un entendimiento que compara y combina. Sólo dentro de estos límites la obra que he emprendido se entronca con el tipo de trabajos a que he consagrado mi larga trayectoria científica. No me aventuro a entrar en un campo donde no sabría moverme con soltura aunque quizá otros puedan intentarlo con éxito. La unidad que trato de detectar en el desarrollo de los grandes fenómenos del Universo es la que ofrecen las concepciones históricas. Todo cuanto se relacione con individualidades accidentales, con el componente variable de la realidad, tanto se trate de la forma de los seres como de la agrupación de los cuerpos, o de la lucha del hombre con los elementos y de los pueblos con los pueblos, no puede ser deducido sólo con ideas, es decir, racionalmente construido.
Creo que la descripción del Universo y la historia de las sociedades se encuentran en el mismo grado de empirismo, pero, sometiendo los fenómenos físicos y los acontecimientos al trabajo de la inteligencia y remontándose por medio del razonamiento a sus causas, se confirma cada vez más la antigua creencia de que las fuerzas inherentes a la materia y las que rigen el mundo moral ejercen su acción bajo el imperio de una necesidad primordial y según movimientos que se repiten de forma periódica o en intervalos irregulares. Esta necesidad de las cosas, este encadenamiento oculto pero permanente, esta renovación periódica en el desarrollo progresivo de las formas, los fenómenos y los acontecimientos, constituyen la Naturaleza, que obedece a un impulso primario dado. La Física, como su propio nombre indica, se limita a explicar los fenómenos del mundo material por medio de las propiedades de la materia. El último objeto de las ciencias experimentales es, pues, llegar al conocimiento de las leyes y generalizarlas progresivamente. Todo lo que va más allá no es del dominio de la Física del Mundo y pertenece a un género de especulaciones más elevadas.


Cuadros de la Naturaleza
LIBRO I: Estepas y Desiertos

[...] Dejemos las estepas salobres de Asia, las landas de Europa, donde brillan en estío flores rojizas que destilan abundante miel, los desiertos de África, desnudos de toda vegetación, para volver a los Llanos de la América meridional, cuyos principales rasgos he trazado ya. Semejante cuadro no ha de ofrecer al observador otro interés que no sea el que en sí misma tiene la Naturaleza. Ningún oasis recuerda la morada de antiguos pobladores; ni una piedra labrada, ni árbol ninguno que atestigüen la actividad de razas extinguidas. Extraño, por decirlo así, a los destinos de la humanidad y enlazándose solo con el momento que pasa, parece este rincón de tierra un teatro salvaje donde se exhibe libremente la vida de los animales y las plantas.
La estepa se extiende desde la cadena que costea Caracas hasta las selvas de la Guayana, desde las nevadas montañas de Mérida, en cuya pendiente se halla el lago de Natron Urao, objeto de la superstición de los indígenas, hasta el gran delta que forman las bocas del Orinoco. Prolóngase al sudoeste, semejante a un brazo de mar, más allá de las márgenes del Meta y del Vichada, hasta la cuna, aún no explorada, del Guaviaro y el dorso de aquellas montañas que los belicosos españoles, por un juego de su brillante imaginación, llamaban el “páramo de la suma paz”.
Cubre esta estepa un espacio de más de cuarenta y cuatro mil leguas cuadradas. Se la ha representado con frecuencia, por ignorancia de los hechos geográficos, como dilatándose sin interrupción y con igual anchura hasta el estrecho de Magallanes. No se tuvo en cuenta la llanura sembrada de árboles del Amazonas, encerrada al norte y sur por las sabanas del Apur y del río de la Plata. Los Andes de Cochabamba y el grupo del Brasil mandan, por entre la provincia de Chiquitos y el desfiladero de Villabella, algunas montañas aisladas colocadas cara a cara. Una estrecha llanura enlaza las Hylaea del Amazonas con las Pampas de Buenos Aires. Las Pampas tienen triple superficie que los Llanos de Venezuela; es su extensión tan prodigiosa que, limitadas al norte por bosques de palmeras, están luego casi cubiertas, en su parte meridional, de perpetuas nieves. Los tuyus (Struthio rhea), aves parecidas al casobar, son los huéspedes peculiares de las Pampas, pobladas también de colonias de perros vueltos al estado salvaje que habitan juntos en grandes grupos las cavernas subterráneas, y que, acosados con frecuencia por una avidez sanguinaria, se lanzan sobre los hombres, por cuya defensa peleaban en otro tiempo.
Así como la mayor parte de los desiertos del Sahara, los Llanos, esto es, la planicie más septentrional de América del Sur, se hallan situados bajo la zona tórrida. De aquí que cambien de aspecto cada seis meses apareciendo, ora desolados como los mares de arena de Libia, ora transformados en praderas, como gran número de las estepas del Asia Central.
Uno de los resultados de la geografía general que mejor compensa los esfuerzos que cuesta, consiste en enlazar la constitución física de regiones separadas por vastos intervalos, mostrando en algunos rasgos lo que arroja tal comparación. Diversas causas, en parte poco estudiadas hoy, tienden a hacer menos seco y cálido al Nuevo Continente.
La poca anchura de las tierras entrecortadas en todos sentidos en la parte tropical de América del Norte, donde la base líquida de la atmósfera hace subir a las regiones superiores una corriente de aire menos caliente; la extensión longitudinal del continente que se prolonga hasta los dos polos helados; el vasto océano, donde se despliegan sin obstáculo los vientos más frescos de los trópicos; el descenso de las costas orientales; las corrientes de agua fría que, partiendo de la región antártica, se dirigen primero de sudoeste a nordeste estrellándose contra las costas de Chile, bajo el grado 35 de latitud meridional, suben después hacia el norte, a lo largo de las costas de Perú hasta el cabo Pariña y se desvían, por fin, hacia el oeste; el gran número de cadenas de montañas, abundantes en manantiales, cuya cima cubierta de nieve se levanta sobre todas las capas de nubes y que hacen descender corrientes atmosféricas a lo largo de sus vertientes; la multitud y prodigiosa anchura de los ríos que, después de infinitos rodeos, van a buscar siempre para meterse en el mar las costas más lejanas; estepas sin arena, por tanto, menos prontas a caldearse; los bosques que izan la planicie, entrecortada de ríos, próxima al Ecuador; bosques impenetrables que guarecen del sol a la tierra o no dejan, cuando menos, pasar los rayos sin antes tamizarlos a través de su follaje y que, en el interior del país, en los sitios más alejados del mar y de los montes, exhalan y vierten en la atmósfera enormes masas de agua que han aspirado, o aun producido de por sí mediante el acto de la vegetación; todas estas circunstancias aseguran a las tierras bajas del Nuevo Mundo un clima que, por su humedad y frescura, contrasta singularmente con el de África. Ellas no más son las causas de esa savia exuberante y esa vegetación vigorosa, carácter distintivo del continente americano.
Véase, pues, que no se ciñe la ciencia a decir que es el aire más húmedo en una parte que en otra de la Tierra; basta observar el actual estado de cosas para dar la razón de tal desigualdad. El físico puede dispensarse de ocultar bajo mitos geológicos la explicación e semejantes fenómenos. No hay necesidad de suponer que la lucha de los elementos que desgarró el cuerpo primitivo del planeta no se apaciguó simultáneamente en ambos hemisferios o que América, isla pantanosa, poblada de cocodrilos y serpientes, ha salido más tarde que las demás partes del mundo de ese estado caótico en que las aguas se esparcían sobre la superficie de la Tierra.
Cierto que América del Sur ofrece, atendidos su contorno exterior y la dirección de sus costas, una acabada semejanza con la península que en que termina al sudoeste el mundo antiguo. Pero la estructura interior del suelo africano y la situación de este país, con relación a las masas continentales que lo rodean, producen la sequía extremada que en inmensos espacios se opone al desarrollo de la vida orgánica. Las cuatro quintas partes de la América meridional están situadas más allá del Ecuador y, por tanto, en un hemisferio que, en razón de la acumulación de las aguas y por otras muchas causas, es más fresco y más húmedo que el hemisferio septentrional a que pertenece, por el contrario, la parte más considerable de África.
Medidas de este a oeste, las estepas de la América meridional o los Llanos alcanzan una extensión tres veces menor que la de los desiertos de África. Refrescan a los Llanos los vientos de la mar que soplan bajo los trópicos; los desiertos de África, situados sobre el paralelo de Arabia y de la Persia meridional, están en contacto con capas atmosféricas que han atravesado antes regiones caldeadas. El padre de la historia, cuya veracidad ha sido desconocida largo tiempo, Heródoto, guiado solo por el sentimiento que en él despertaba una de las grandes escenas de la Naturaleza, representó todos los desiertos del África septentrional, los de Yemen, de Kerman y de Mekran, que era la Gedrosia de los griegos, hasta el Multan, en la península de la India del lado de acá del Ganges, como un mar único de arenas que se prolongaba sin interrupción de un extremo a otro.
A más del efecto de los vientos calientes, es preciso tener presente en África, o cuanto menos en las partes que de este continente conocemos, la falta de grandes ríos, de elevadas montañas y de bosques que exhalan un vapor acuoso y mantienen la frescura. Solo hay nieves perpetuas en la región occidental del Atlas cuya estrecha cadena, vista de perfil por los antiguos navegantes, les pareció como una columna aislada que se alzaba en los aires para sostener el cielo. Corre hacia el este la cordillera hasta el sitio en que Cartago, la antigua reina de los mares, yace sepultada en sus propias ruinas formando de este modo, a lo largo de las costas, una vasta cadena que servía de trinchera a la antigua Getulia, que detiene los vientos frescos del norte, y con ellos, las nieblas que se levantan del mar Mediterráneo.
[...] Las consideraciones que preceden bastan para explicar cómo, a pesar del parecido de los contornos, presentan África y América del Sur los más señalados contrastes en su clima y en el carácter de su vegetación. Sin embargo, con estar cubiertas las estepas de la América Meridional de una leve capa de tierra vegetal y ser regadas de oleadas periódicas y vestirse, como por encanto, con un rico tapiz de verdor, jamás han podido llamar así a las poblaciones limítrofes y decidirlas a dejar los hermosos valles de Caracas, las orillas del mar y ese mundo de ríos que forma la cuenca del Orinoco para ir a perderse en desiertos desprovistos de árboles y manantiales.

Comentario en formato .doc en la web de la asignatura

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lunes, 16 de noviembre de 2009

EXAMEN PARCIAL

SE HA DECIDIDO, POR MAYORÍA, QUE EL EXAMEN PARCIAL DE TEORÍA Y MÉTODOS SEA EL 19 DE FEBRERO DE 2010.

Ya se informará más adelante, tanto del aula en el que se realizará, como de los contenidos que serán evaluados

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miércoles, 11 de noviembre de 2009

Varenio. Geografía General

En Google Books podéis encontrar la versión en latín de la obra de Varenio Geografia General. A primera vista parece la obra completa, y podéis descargaros el PDF completo, por si os interesa.

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martes, 10 de noviembre de 2009

Los inicios de la cartografía temática moderna

A través de The Map Room he llegado a un post del blog indiemaps.com de Zachary Forest Johnson, cartógrafo, en el que presenta los primeros ejemplares conocidos de cartografía temática de carácter moderno, desde las isolíneas a las coropletas, pasando por los mapas de densidad de puntos o los cartogramas.

Algunas de esas imágenes son las siguientes:

Isolíneas
El primer mapa con isolíneas es atribuido a Edmund Halley, que en 1701 publicó un mapa en el que representaba las curvas isogónicas, con datos de declinación magnética.

Sin embargo, otros autores atribuyen la primera representación de una isolínea a Pieter Bruinsz, que dibujó en 1584 líneas batimétricas en el curso del río Spaarne, en las proximidades de Amsterdam.


Coropletas
Uno de los primeros mapas de coropletas conocido es el realizado en 1826 por Charles Dupin, referido al nivel de instrucción popular en Francia. Es un mapa de valores únicos graduados.



Basándose en el anterior, en 1828 el Atlas Estadístico-Administrativo de Prusia da un paso más en el diseño de mapas temáticos, creando diferentes niveles en la escala.


Densidad de puntos
En 1830 Frère de Montizon realiza el primer mapa de densidad de puntos, también referido a Francia, aunque el tema es la población en el país.


Símbolos proporcionales
El siguiente mapa, realizado por Henry Drury Harness en 1837, tiene dos características importantes. Por un lado, representa la población mediante puntos cuyo tamaño es proporcional al número de habitantes para cientos de ciudades de Irlanda. Por otro es uno de los primeros mapas dasimétricos de densidad conocidos.


Mapa de flujos
El mismo autor, Henry Drury Harness, realiza en 1837 el primer mapa de densidad de flujo, referido al transporte de pasajeros, en el que el ancho de línea es proporcional a un valor cuantitativo.


Cartogramas
El primer cartograma conocido fue elaborado por Émile Levasseur en 1867, y representa la población en Europa, transformando las áreas de los países en función de esa variable cuantitativa.

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lunes, 9 de noviembre de 2009

¿Cómo realizar presentaciones con ordenador?

Os presento una serie de presentaciones, realizadas por Alberto de Vega y Eduardo S. de la Fuente, y tituladas El arte de la presentación, que pueden ser muy útiles a la hora de plantear vuestras presentaciones para los trabajos presentes y futuros.


Consta de cinco partes:

- ¿Por qué aprender a manejar Powerpoint?

- Preparación y estructura

- Diseño

- Exposición

- Recursos








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Comentario: El Idrisi

EL IDRISI

Geografía de España

Diremos, por consiguiente, que España forma un triángulo; estando, en efecto, ceñida por el mar por tres lados, a saber: por el mediodía por el Mediterráneo; al O. por el Océano; y al N. por el llamado Mar de los Ingleses (siendo éstos un pueblo cristiano). Su longitud desde la iglesia del Cuervo situada sobre el Océano hasta la montaña llamada del Templo de Venus hay 1.100 millas, y su anchura desde más allá de la iglesia de Santiago, situada sobre un cabo del mar de los Ingleses, hasta Almería, villa colocada en la costa del Mediterráneo, es de 600 millas.
La península española está dividida en dos, en toda su longitud, por una larga cadena de montañas que se llama Las Sierras, al mediodía de la cual está Toledo. Esta villa es el centro de toda España, porque de Toledo a Córdoba, al SO., hay 9 jornadas; de Toledo a Santiago, sobre el Mar de los Ingleses, hay 9 jornadas; de Toledo a Jaca, al oriente, 9 jornadas; de Toledo a Valencia, al SE., 9 jornadas, y, por último, de Toledo a Almería, sobre el Mediterráneo, 9 jornadas.


La villa de Toledo era en tiempo de los cristianos la capital de España y el centro de su administración. Allí se encontró la mesa de Salomón, hijo de David, así como muchos tesoros que sería enojoso enumerar. El país situado al S. de los Montes de Las Sierras, se llama España, y la parte situada al N. de ellas toma el nombre de Castilla. En la época actual el príncipe de los castellanos tiene su corte en Toledo. La parte que lleva el nombre de España, comprende distintas provincias y departamentos; en cada provincia hay muchas villas que describimos una a una con ayuda de Dios, comenzando por la provincia llamada del Lago, que se extiende desde los bordes del Océano, hasta los del Mediterráneo, y que comprende la isla de Tarifa, la isla Verde, la isla de Cádiz, el fuerte de Arcos, Beca, Xerez, Tuxena, Medina ibn-as-Salim, y un gran número de castillos comparables a otras villas de las cuales trataremos en otro lugar.
Después se encuentra la provincia de Sevilla, situada al N. de la precedente, que cuenta en el número de sus ciudades Sevilla, Carmona, Galsana, y otros puntos fortificados. Esta provincia limita con el Aljarafe, situado entre Sevilla, Niebla y el mar Océano, que comprende entre otros lugares fortificados, Hisn-alcázar, la villa de Niebla, Huelva, la isla de Saltis y Gibraleón.
Después está la provincia de Campania, de la cual dependen Córdoba, Zahara, Écija, Baena, Cabra y Lucena. Aquí se encuentra un número considerable de grandes castillos de que nos ocuparemos más tarde.

Después la provincia de Osuna, que comprende castillos tan grandes como villas, tales como Lora y Osuna.
Esta provincia, de una extensión poco considerable, confina por el mediodía con la de Raya, cuyas villas más importantes son Málaga, Archidona, Marbella, Bobastero... y otras.

Después la provincia de las Alpujarras, cuya villa más importante es Jaén, y que cuenta además de un gran número de castillos, más de seiscientas aldeas que cultivan la sedería.

Después la provincia de Pechina, que comprende las villas de Almería, Berja, y muchos lugares fortificados, como Marchena, Purchena, Targela y Vélez.

Después, hacia el mediodía, la provincia de Elvira, donde están Granada, Guadix, Almuñécar y otros muchos castillos y villas.

Después la provincia de Farmera o Paramera, que limita con la de las Alpujarras. Comprende la villa de Baeza, el castillo de Tiscar, que está en un lugar muy áspero, y otros lugares fortificados de que después nos ocuparemos.

Después el país de Todmir, donde se encuentran Murcia, Orihuela, Cartagena, Lorca, Mula y Chinchilla.

Este país limita con el de Cuenca, donde están Orihuela, Elche, Alicante, Cuenca y Segura.

[...]
Tarifa está situada en la costa del Mediterráneo en el principio del estrecho que lleva el nombre de az-Zokâk, a su occidente está el mar Océano. Es una villa poco importante, con murallas de tierra y atravesada por un río. Hay allí mercados, posadas y baños. Frente a frente hay dos islotes, de los cuales uno se llama Alcantir, situados a corta distancia del continente.
De Tarifa a Algeciras hay 18 millas.
Se cruza el río Wadi-annisâ (Río de las Mujeres, Guadalmesí), que tiene una corriente rápida y desde allí baja a Algeciras.

Esta villa está bien poblada. Sus murallas son de piedra mezclada con cal. Tiene tres puertas y un arsenal situado en el interior de la villa. Algeciras está atravesada por un río llamado Arroyo de la Miel, cuyas aguas son dulces y buenas, y de ellas usan los habitantes. En las dos orillas de este arroyo hay huertos y jardines. Es un lugar donde se construyen navíos, y puerto de embarque y desembarque.

El estrecho que la separa de Ceuta tiene 18 millas de ancho. Enfrente de ella hay una isla conocida con el nombre de Omm-Hakim, en la que existe una cosa singular, que es un pozo profundo y abundante de agua dulce, en tanto que la isla, que es poco extensa, es completamente llana, y tan baja que falta poco para que no esté cubierta por las aguas.
Algeciras fue la primera ciudad conquistada por los musulmanes, en Andalucía, durante los primeros tiempos; es decir, en el año 90 de la egira. Fue ocupada por Muza-ben-Nozair en nombre de los Meruanes, y por Taric, hijo de Abdalla, hijo de Wanmou, de la tribu de Zeneta, al que acompañaban las tribus bereberes. Hay al lado de la puerta del mar una mezquita llamada de las Banderas. Se cuenta que allí fue donde se reunieron los estandartes de las tribus cuando celebraron consejo. Los musulmanes habían venido por el Gebel Taric (Gibraltar), nombre que fue dado a esta montaña porque Taric hijo de Abdalla, hijo de Wanmou de la tribu de Zeneta, cuando hubo pasado el estrecho con sus bereberes y se hubo fortificado, se apercibió de que los árabes desconfiaban de él. Queriendo hacer desaparecer estas sospechas, ordenó quemar los navíos en los cuales había pasado, y de este modo logró su objeto.

Desde esta montaña a Algeciras hay 6 millas: está aislada y es redonda en su base; del lado del mar existen extensas cuevas por las que corren fuentes de agua, y cerca de allí hay un pequeño puerto denominado puerto del árbol.

De Algeciras a Sevilla se cuentan 5 jornadas, y de Algeciras a Málaga 5 jornadas cortas, es decir, 100 millas.

De Algeciras a Sevilla hay dos caminos: uno por mar y otro por tierra. El primero es éste.

De Algeciras a los bancos de arena que se encuentran en el mar y de allí a la desembocadura del río Barbate, 28 millas.
De allí a la desembocadura del río Beca, 6 millas.
Desde allí al estrecho de San Pedro, 12 millas.
Desde allí a los puentes, frente a frente de la isla de Cádiz, 12 millas (la distancia entre estos dos puentes es de 6 millas).
De los puentes a Rábida Rota, 8 millas.
Desde allí a las Mezquitas (San Lúcar), 6 millas.
Después se sube por el río pasando por Trebujena, al Otuf, Cabtor, Cabtal (siendo éstas dos aldeas situadas en medio del río), la isla de Yenechtela, Hisn-az-Zahir y después de llega a Sevilla. Desde esta ciudad hasta el mar hay 60 millas.

El camino de tierra es como sigue:
Desde Algeciras se va a ar-Rataba, después al río Barbate, después a Faisana, donde hay una mansión o parada; es una gran villa donde hay mercado y una población considerable; después a la villa de ibn-as-Salim; después a la montaña que se llama Gibalbin; después a Alocaz, villa donde hay parada; después a al-Madain; después a Dos Hermanas, estación, y de allí a Sevilla una jornada.

Ésta última ciudad es grande y muy poblada. Las murallas son sólidas, los mercados numerosos, haciéndose en ella gran comercio, la población es rica. El principal artículo de comercio de esta ciudad es el aceite que se envía a oriente y occidente por tierra y por mar; este aceite procede del territorio de Aljarafe, cuya longitud es de 40 millas y que está todo cubierto de olivos e higueras: se prolonga desde Sevilla hasta Niebla, en una anchura de más de 12 millas. Existen en él ocho villas florecientes con gran número de baños y hermosos edificios.

Desde Sevilla hasta el punto en que comienza este territorio hay tres millas. Se llama Aljarafe, porque, en efecto, se va subiendo desde que se sale de Sevilla; se prolonga al norte y al sur, formando una colina de color rojo. Las plantaciones de olivares se extienden hasta el puente de Niebla. Sevilla está asentada sobre los bordes del gran río, es decir, es decir del río de Córdoba.
Niebla es una villa antigua, bonita, de mediana extensión y ceñida por fuertes murallas. Al oriente, corre un río que viene de las montañas y que pasa muy cerca de ella bajo un puente. Se hace en Niebla bastante comercio y hay algunas producciones útiles. Se bebe el agua de las fuentes que hay en un prado, situado al O. de la villa. De Niebla al Océano hay seis millas. Allí está un brazo de mar, y sobre él la villa de Huelva, poco provista de bazares en los que se hace negocio y se ejercitan en diversos oficios. Cerca de la ciudad está la isla Saltis, que está rodeada por todas partes por el mar. Del lado del O. casi toca al continente, pues el brazo de mar que la separa sólo tiene de ancho medio tiro de piedra, y por este brazo es por el que se transporta toda el agua necesaria para el consumo de sus habitantes. Esta isla tiene poco más de una milla de longitud, y la villa está situada al mediodía. Allí hay un brazo de mar que coincide con la desembocadura del río de Niebla y que se ensancha hasta tener casi una milla, y los barcos le remontan sin cesar hasta el punto en que se estrecha, y no tiene más ancho que el del río, es decir, la mitad de un tiro de piedra. El río penetra en el mar al pie de una montaña, por encima de la cual está la villa de Huelva, y de allí el camino conduce a Niebla.

En cuanto a la villa de Saltis no está rodeada de murallas ni tiene puerta alguna. Las casas están reunidas y hay un mercado. Se trabaja el hierro, industria que se rechaza en otras partes, porque es muy penosa, pero que es muy común en los puertos de mar, en los lugares donde amarran los grandes y pesados barcos de transporte. Los Madjus (Normandos) se han apoderado en varias ocasiones de esta isla, y los habitantes, cada vez que oían decir que venían los Normandos, abandonaban la isla precipitadamente.

Documento en formato .docx en la web de la asignatura

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